lunes, 10 de marzo de 2014

LO QUE TENGO QUE DECIR: por Shodai Sennin J. A. Overton-Guerra


LO QUE TENGO QUE DECIR:
5 de marzo, 2014
Shodai Sennin J. A. Overton-Guerra

Llega un momento en la realidad de un pueblo en la que es preciso armarse de una pizca de valor y encararse con la verdad que ha gobernado su existencia – pero la verdad completa, no solamente la difundida, la conveniente, la popular, la placentera. Algo tengo que decir al respecto. La historia del pueblo latinoamericano ha sido regida por una serie de patrones que nuestros pensadores – poetas, historiadores, novelistas, cantautores , activistas y profesores –  han captado repetidamente: la tragedia de la explotación extranjera y de la traición propia, junto con los invariables agregados de miserias y complejos que caracterizan el fenómeno del tercermundismo

Desde la conquista y la colonización por parte de las coronas ibéricas hasta la neo-colonización de las transnacionales americanas y europeas de la actualidad, y desde la tiranía del criollo de la Independencia hasta la clase de políticos corruptos que dominan los titulares de nuestras fechas, la existencia latinoamericana ha sido la historia del progreso de una fase de deshumanización a otra más completa, más arraigada, más insidiosa. Esto ha sido y es un hecho, ha sido y es una realidad, ha sido y es una verdad – y los pensadores latinoamericanos – poetas, historiadores, novelistas, cantautores, activistas y profesores –  han representado estos hechos, estas realidades, estas verdades repetidamente y a lo largo de siglos, a veces hasta con singular belleza, mordacidad y agudeza. 

Estos pensadores han retratado, con la destreza de sus palabras y ritmos, en apasionada voz o en enmelada pluma, y hasta con la vivacidad de un artista pintor, el retrato desalentado de un continente trágico y traumado a modo de un ser mítico, de un unicornio, cuya belleza, delicadeza, e inocencia queda despedazada por las fauces implacables de las bestias infernales de la inconsciencia, del materialismo, del egoísmo y del egocentrismo, y que yace ahora impotente y sumiso, desamparado e indefenso, pero con un sentido hasta soberbio de la nobleza de su abnegado sufrimiento. Son los ecos devotos de un culto a la vida en la muerte y al martirio en la vida. Aquí y ahora es cuando empezamos a toparnos con la otra verdad latinoamericana, la verdad que sus propias creencias han engendrado en ella.

Pero un problema no es un verdadero problema hasta que se califica con una solución. La muerte no es un problema, es una inevitabilidad: no tiene remedio. La miseria de Latinoamérica no es inevitable como lo es la muerte. Es un problema con una solución muy clara y demasiado evidente: la transformación radical del latinoamericano, comenzando por sus propias creencias religiosas – implantadas por los europeos precisamente para la perpetuidad de su estado de colonizado. Hay que comenzar por la religión y continuar transformando toda esa serie de aspectos culturales que derivan, directa e indirectamente de la misma, y que se manifiestan en principios y valores, en gustos y placeres, en intereses y expectativas, en relaciones personales y familiares, y sobre todo en la manera en la que desperdicia su tiempo en distracciones y evasiones. 

La verdad, esa otra verdad que no se quiere reconocer y que todos tratan de evitar es que, más allá de las canalladas de las explotaciones extranjeras y de las infamias nacionales, el problema ha sido precisamente que a los pensadores latinoamericanos les ha faltado sinceridad razonada, les ha faltado visión, les ha faltado “perspectiva estética” – esa claridad analítica de la realidad de un pueblo que solamente se obtiene comparándose con otros más exitosos que han superado o evitado caer en las faltas del suyo propio. Los pensadores de Latinoamérica han sido muy diestros en diagnosticar selectivamente la dolencia – es decir, en identificar solamente una parte del problema que ha acosado al pueblo latinoamericano, enfatizando en realidad la parte que no tiene solución: la parte que depende de la bondad de las fuerzas explotadoras, extranjeras y domésticas, y de la honradez de la clase política corrupta. 

Los pensadores latinoamericanos – poetas, historiadores, novelistas, cantautores, activistas y profesores – también han sido muy acertados a la hora de identificar la etiología – el origen, las causas – siempre de esa misma parte incompleta del problema, de esa parte tan convenientemente ajena al único plan de tratamiento posible: aquel que exige como solución la responsabilidad propia por parte del pueblo latinoamericano mismo. Esperar que quien se beneficia de tu miseria colabore en tu superación es de imbéciles, o de lo que viene a ser lo mismo: de creyentes en un Dios libertador y salvador.

Hablando de necios y de sus necedades, es curioso para mí, desde un punto de vista hasta clínico, el observar cómo las creencias religiosas o bien impulsan a la prosperidad a naciones enteras o bien las condena a la miseria. El mismo Dios que ha inspirado al pueblo judío a ser históricamente el más exitoso del planeta, condena al musulmán a ser el más desdichado. El mismo Dios que inspiró a los españoles y portugueses a conquistar más de medio mundo, sirve igualmente a los pueblos conquistados a mantenerse como colonizados de mente y acción. El mismo Dios providente que motiva al estadounidense a su sentido del Destino Manifiesto, a alzarse desde el borde de la extinción contra la máxima fuerza imperial de su día (Gran Bretaña), a dominar todo el hemisferio americano, y a convertirse en la única superpotencia de nuestra era, mantiene al latinoamericano sumiso y derrotado, apático e ignorante, soberbio y conformista, y claro está, con el “si Dios quiere” y con el “gracias a Dios” en los labios. Ese mismo Dios divide y mantiene al planeta en dos mitades: los ganadores y los perdedores; los que glorifican la superación de la victoria y los que adoran el martirio en la pérdida; los que se esmeran en ser superiores, y lo que tienen “los últimos serán los primeros” como mantra; los que leen y toman la educación como símbolo de la prosperidad del espíritu, y los que hacen culto a la ignorancia y adoración a la soberbia.

Al retratar la actualidad, junto con el camino histórico, trágico a esa actualidad, los pensadores latinoamericanos han sido los más fervientes cómplices, quizás inconscientes y a lo mejor involuntarios pero sin dudas culpables, de sellar el futuro del Latinoamericano con la misma “V” de “VÍCTIMA” con la cual retratan el pasado y el presente. La inmensa mayoría de los latinoamericanos son gobernados enteramente por sus circunstancias, por sus miedos e inseguridades, por sus complejos y supersticiones, por sus apetitos y apegos, por el “pero”, el “no se puede” o el “¿para qué?”. Viven, como indiqué anteriormente, con el “si Dios quiere” y el “gracias a Dios” en los labios. Viven, si es que se puede llamar eso vivir, subsisten más bien, de pura ilusión contentándose con las migajas de las fantasías de hechos y hazañas nunca por lograr y mendigando un futuro a entidades ficticias mientras que sus familias, sus comunidades, sus países continúan, generación tras generación, hundiéndose en el fango de esa mediocridad tercermundista de la cual ellos mismos son otro hediento detrito más. 

Algunos de estos individuos, digamos los de la clase media, se sienten superiores a sus conciudadanos puesto que ellos han logrado cierta seguridad económica, ejerciendo en la capacidad de médicos, ingenieros, abogados, gerentes, o empresarios.  Subsisten cómodamente gracias al patrocinio de una comunidad a la cual miran con desprecio y desdén, confiados de su superioridad puesto que, con una mínima de disciplina parental, han asegurado que sus hijos los sigan representando en su ocupación como futuros parásitos de su pueblo. Insensibles a la miseria que les rodea, ausentes de consciencia social – ni hablemos de fervor patriótico – su sentido de la “moralidad” de su posición por supuesto queda totalmente afianzada ya que como buenos católicos (o como buenos “cristianos”, como viene a ser la moda hoy en día) siguen con regularidad hipócrita el calendario de una institución fundada en nombre solamente en la memoria de un individuo cuyo legado más humanitario fue precisamente la parábola del buen Samaritano

La grandeza de un pueblo no se basa en su devoción religiosa – ni mucho menos en cuántos conciertos oficia, cuántos partidos de futbol televisa, ni en cuántas festividades celebra. De hecho, si la historia nos ha enseñado algo, es que los “dioses” siempre favorecen al más fuerte, al más aplicado, al más audaz, y no al más “piadoso” ni al más ocioso; favorecen al más proactivo y no al “bonachón”; favorecen al más competitivo y no al más “tolerante”; favorecen al altivo, decidido, asertivo y competente, y no al más “humilde” y sumiso; favorecen al disciplinado y capaz de encajar en un escalafón de mando, y no al más soberbio, anarquista y desafiante que rechaza gobierno y jerarquía. Es cierto, la mayoría de los hombres son gobernados por las circunstancias. Pero también los hay que con su temple y carácter, con su poder de voluntad y con su voluntad al poder, tuercen esas circunstancias a su favor e inspiran a naciones enteras a hacer lo mismo. Es cierto, hay hombres, la mayoría de ellos sin dudas, que son dominados por sus miedos e inseguridades, por sus complejos y supersticiones, por sus apetitos y apegos, con el “pero”, el “no se puede” o el “¿para qué?” constante en la mente que los mantienen sujetos a la posición en el que esas circunstancias les ha depositado. Pero hay otros, inspirados precisamente, necesariamente, inevitablemente por los pensadores de su pueblo – por sus poetas, sus historiadores, sus novelistas, sus cantautores, sus activistas y sus profesores – que son capaces de romper esas cadenas invisibles, desgarrar esos grilletes impalpables, despedazar esos muros intangibles y alzarse, como hombres verdaderamente libres para contribuir, en disposición de sus capacidades, a la superación de su pueblo entero.  La medida en la que éstos hombres han brillado por su ausencia de la realidad del pueblo latinoamericano es la misma medida en la que nuestros pensadores – por muy celebrados y galardonados que hayan sido o sean – son otro trágico fracaso más de la cultura. Esto ha sido y es un hecho, ha sido y es una realidad, ha sido y es una verdad.

He Dicho. Así Es. Y Así Será.

Shodai Sennin J. A. Overton-Guerra
5 de marzo del 2014
Playas de Tijuana, Baja California
México

miércoles, 10 de octubre de 2012

Boletín No 5: "LO QUE HAY QUE HACER" Edición final del 11 de octubre, 2012 por Shodai J. A. Overton-Guerra


LO QUE HAY QUE HACER
por Shodai J. A. Overton-Guerra
Edición original el 4 de octubre, 2012. Edición final del 11 de octubre, 2012



            Nota: Esta anotación fue inspirada por un comentario que recibí el otro día de una persona que me afirmó que era absurdo esperar que un trabajador, después de una dura jornada laboral de 12 horas, se pusiera a leer un libro para elevar por su propia cuenta su nivel de educación. A esa persona le digo: ¡Gracias!

Si tuviera, porque se me hiciera la pregunta, que hacer un breve croquis de las reformas necesarias para sonsacar a un país hispano como México de su miseria tercermundista, consistiría más o menos en lo siguiente:

Lo primero que hay que hacer, es hacer inventario de la situación: Reconocer que México, al igual que el resto de Iberoamérica, no es Europa para aplicar las (fracasadas) soluciones del materialismo-dialéctico, marxismo-leninismo-estalinismo que tuvieron lugar en las grandes reformas socioeconómicas europeas del siglo pasado. Si comparamos la Iberoamérica actual con la Europa de los dos siglos anteriores inmediatamente nos damos cuenta de que no hay forma de hacer una comparación. Europa, (y por ende la cultura y el nivel educativo de la población europea entera), ha gozado de la presencia, y de la magistral obra, de las mentes filosóficas, científicas y hasta artísticas más dotadas de la historia del planeta. En la filosofía, desde los presocráticos, Sócrates, Platón y Aristóteles hasta Stuart-Mills y Nietzsche, Hegel, y Marx, y en términos más contemporáneos, Bertrand Russel, amigo de Einstein, y Wittgenstein, Europa ha producido gigantes cuya semblanza en otras partes del mundo ha sido escasa. En las ciencias y en las matemáticas, desde Pitágoras y Arquímedes hasta Newton y Einstein; desde Mendel padre de la genética, hasta Darwin padre de la teoría de la evolución; desde Ramón y Cajal padre de las neurociencias y Freud padre de la psicología, hasta Francis Crick el descubridor de la estructura del ADN – a quien tuve el tremendo privilegio de conocer en el Instituto Salk de UCSD – el mundo científico, matemático y tecnológico en el que vivimos es directamente, e indisputablemente el resultado del intelecto europeo.  No importa la disciplina científica que se estudie, casi nunca vamos a escapar del legado de la aportación intelectual proveniente directamente de Europa. Acéptenlo: el mundo no es aplanado.



Si en el continente americano los EE.UU. han logrado ser lo que son se debe a que:
1)    Desciende cultural e ideológicamente de Gran Bretaña, cuyo nivel de desarrollo intelectual ha sido, escritores y artistas aparte, y sigue siendo muy superior al de España y Portugal.

2)    Ha mantenido un vínculo cultural y político muy estrecho con el antiguo poder imperial, desde la formación de los servicios de inteligencia americanos con el apoyo y patronazgo de los británicos, hasta la colaboración y el apoyo actual en misiones militares y diplomáticas internacionales. Esta unión le ha dado una continuidad con sus orígenes culturales. (No se ve ese tipo de cooperación en el mundo hispano.)

3)    Ha sido el repositorio del intelecto europeo (e internacional) desde la segunda guerra mundial, dando acogida a todos los cerebros huyendo de la quema de la destrucción bélica propiciada por la agresión alemana. Así, por ejemplo, desde Einstein hasta Houdini, muchos grandes acabaron siendo residentes, sino ciudadanos de los EE.UU. En el siglo pasado mientras que Europa dio origen a los genios más grandes del planeta, EE.UU. los dio residencia y seguridad económica. Los EE.UU. opera muy al contrario de lo que se ve típicamente en los países hispánicos, los cuales, plagiados por una xenofobia que les induce, mediante su manifiesto tribalismo, a una tendencia a rechazar contribuciones ideológicas y personales provenientes de otros países que no sean los suyos.

A modo de digresión parentética, hay que hacer hincapié en los orígenes históricos de ese tribalismo típico de la Hispanidad que proviene culturalmente de los reinos musulmanes de Taifas presentes en la península Ibérica durante casi ocho siglos. Este tribalismo se expresa aun en situaciones en las que no existe una definida identidad tribal. Esto ha sido un defecto endémico de la cultura hispana. El mexicano por ejemplo, con frecuencia rechaza la categorización internacionalmente reconocida y justificada por realidades lingüísticas, religiosas, históricas, y culturales, a ser designado como un país “hispano” sin darse cuenta de que anterior a la colonización no existía una dominante identidad étnica de ningún modo – ni lingüística, ni religiosa, ni cultural, etc. – en lo que es el espacio geopolítico que ahora se conoce como México.  Este rechazo le enajena del beneficio de cualquier movimiento de solidaridad internacional con el resto de Iberoamérica, no digamos lo que le aliena del beneficio del rico patrimonio histórico-cultural europeo mediante su herencia española. Donde el único idioma que les une es el castellano, donde la religión dominante es la religión Católica (originaria de España), y donde los nombres y apellidos parecen sacados de una guía telefónica de Madrid, se rechaza lo que históricamente es innegable: México es una nación de predominante ascendencia cultural española, es decir, es un país hispano, o si prefieren, hispánico.  

Tampoco el mexicano típico reconoce el efecto de esta absurda y necia posición, y lo que implica para la formación de su propia identidad nacional y consiguiente consciencia social. La implicación es simple: al negarse en reconocer la única realidad histórica que les une a todos – puesto que pocos mexicanos descienden simultáneamente de los aztecas, de los mayas, de los apaches, de los toltecas, de los chichimecas, de los olmecas,  de los yaqui, de los kumiai, de los cucapah, de los pai pai, de los kiliwa, de los cahilla, de los akula, etc., etc. – se le imposibilita a México fomentar una identidad nacional lo cual es un factor previo para una consciencia social. Sin reconocer el único patrimonio cultural que les pueda servir de base para una identidad nacional unida, pasarán siglos antes de que México experimente una verdadera y auténtica identidad nacional.  
Sin una identidad nacional no puede haber solidaridad. Es decir, los mexicanos solitos se ponen en un divisivo jaque perpetuo que contribuye categóricamente a cementar su propia condición como recurso humano explotable. Ellos se dividen y son conquistados.

Habiendo dicho todo eso y volviendo al tema anterior, hay que tener en cuenta una cosa muy importante, el nivel relativamente bajo de religiosidad en Europa es directamente un reflejo de su nivel de logro intelectual. Es decir, los países más religiosos, las culturas más arraigadas en lo que podemos llamar la cosmovisión mágico-ilusoria de la religión, son los más intelectualmente incapacitados, los más ignorantes. La ignorancia en este caso es el primer impedimento al progreso de un país y puesto que la religiosidad fomenta una ignorancia deliberada, es el verdadero enemigo del progreso hacia un futuro de bienestar social en cualquier sentido de la palabra.

No es de pura casualidad que estadísticamente hablando, los países más religiosos del planeta sean también los más pobres, los más violentos, los más corruptos, los que registran el peor record actual e histórico de violaciones de derechos humanos, los que demuestran el mayor índice de corrupción política, de criminalidad general, y de impunidad judicial. Y fíjense hasta qué punto la religiosidad incapacita los poderes del raciocinio del ser humano que ese pueblo religioso, cegado en su ignorancia, y que sigue rezando a Dios y a los dioses; a los santos y a los demonios; a los ángeles y a los espíritus, y hasta a la muerte misma, es incapaz de darse cuenta de que siglos de plegarias no han resuelto en lo más mínimo su situación. En todo el Tercer Mundo se puede declarar sin riesgo a la exageración que la religión es la anestesia de la mente que rinde al espíritu insensible a su abominable condición y desmotiva y desorienta al cuerpo a socorrerse a si mismo. Ciertamente para el creyente, la falsa esperanza de la fe se convierte en la única riqueza, en la única justicia, en la única dignidad, y en la única prosperidad al que puedan aspirar los pobres. El lector, el oyente, o el vidente escéptico pueden ir a nuestra página de Facebook del “Boletín de Análisis Hispanista”[1] o al blog del mismo nombre[2], para ver los resultados estadísticos del “Proyecto Dédalo” que demuestran gráficamente y matemáticamente la realidad a la cual me refiero.

Pero en México la religiosidad de origen europeo, español, cobra un altísimo precio que el mexicano típico no repara en reconocer.  Aferrado en su culto a una religión ‘española’, no puede sino rechazar, y despreciar como herejías, las religiones propias de su rica herencia precolombina. Es decir, el dominio de la fe española le lleva al rechazo de su herencia indígena. Por otra parte, el resentimiento que el mexicano siente hacia su herencia española, en gran parte es debido, con justificación, al maltrato de los pueblos indígenas por parte de los españoles, alienándose así de la rica herencia intelectual europea que es propiamente suya. El resultado es que el mexicano odia a su padre español y desprecia a su madre indígena, lo cual le deja como huérfano: jaque mate.

Irónicamente, la única forma de fomentar una pluralidad  religiosa-cultural en un país repleto de una rica diversidad étnica como México, es precisamente elevar el nivel de erudición general de la cultura. Primero, al adoptar oficialmente una posición religiosamente neutral mediante la adopción de una cosmovisión filosófica-científica, la cultura mexicana vería a todas las creencias religiosas tal como son: creencias y no verdades.

Segundo, el elevar la conciencia cultural en términos de un conocimiento de la historia universal, el mexicano se daría cuenta de que el proceso de la colonización española, aun siendo ignominiosa, sigue un patrón mundialmente reconocido y repetido en todo lugar del planeta desde el inicio de la historia. La historia mundial no ha progresado tanto en términos de una lucha de clases como ingenuamente afirmó Marx, sino en términos de invasiones de culturas menos fuertes por aquellas militarmente, y con frecuencia también tecnológicamente, más poderosas. Y ese proceso de invasión invariablemente conlleva el robo, el pillaje, el asesinato, la violación, y la explotación. Iberoamérica no es una excepción a este proceso universal, lo cual implica que ya es hora de que el iberoamericano se desenganche de sentirse como la suprema víctima del mundo. El afán de la conquista se resume con las palabras inmortales de Genghis Khan explicando a un teniente suyo en qué consiste la mayor felicidad de la vida: “La mayor felicidad”, informa el gran Khan, “consiste en dispersar al enemigo, ahuyentarlo delante de ti para ver a sus ciudades reducidas a cenizas, ver a los que le aman envueltos en lágrimas, y también tomar en tu seno a sus esposas e hijas.” Esa es la cruda realidad de ser un pueblo conquistado. Toda cultura en la historia del mundo ha tenido que lidiar con la realidad de ser colonizada y o bien ha dejado de existir, o bien se ha adaptado para seguir adelante. Ya es hora de que el mexicano deje de sentirse el eterno mártir de la gran injusticia de la historia. ¡Supérenlo!

Ya, ya lo oigo venir, esa voz del negativista desafiante que afirma: “Pero en cualquier país tercermundista la ignorancia es el proceso de la colonización y la religión la mayor herramienta para implementar ese proceso.” Sí, es cierto.  ¿Y qué? Igualmente es cierto que Iberoamérica inconscientemente quiere – y digo inconscientemente puesto que el pueblo iberoamericano se encuentra demasiado embrutecido en su actual estado de ignorancia para de verdad darse cuenta de las motivaciones que dominan y determinan su presente y futuro – aplicar desde su desidiosa comodidad el modelo europeo de cambio social y económico mediante una simple reforma política. Eso es imposible dado la tremenda ignorancia dominante en el pueblo iberoamericano con niveles de religiosidad semejantes en algunos casos a países de África. Si Europa está en una etapa posmodernista es porque sus poblaciones y culturas integrantes han pasado a través de, y han superado, etapas en su formación como la Edad Media, el Renacimiento, la Reforma Protestante, la Ilustración, la Revolución Científica, la Revolución Industrial, etc., no digamos innumerables guerras religiosas e ideológicas. Mientras, países de Iberoamérica en general desconocen los principios básicos propios de la cosmovisión filosófica-científica, propia del ‘primermundismo’ europeo. La democracia, original de la antigua Grecia, de la polis de Atenas, cuna de ese movimiento racional que cambiaría el mundo, que nos daría las ciencias y la tecnología, cuna de ese movimiento que conocemos como la filosofía, es una invención por lo tanto europea aplicada y aplicable solamente en el contexto de una sociedad de hombres libres, políticamente despabilados e igualmente comprometidos con sus sociedades – nada que ver con la realidad latinoamericana.

He tenido la insoportable y sumamente irritante experiencia de descubrir que en Iberoamérica con frecuencia personas con formación universitaria carecen de un conocimiento básico, fundamental, de la teoría de la evolución, y que además son intensamente reacias a aceptar que las ideas del creacionismo bíblico son tan retrogradas y han sido tan refutadas por hechos verificados y verificables como aquellas correspondientes a un planeta plano, o aquellas que afirman que las enfermedades son causadas por malos espíritus. Dicho de otra forma, mientras que el primermundista habita un mundo dominado por una cosmovisión científica-empírica, propia de la era espacial y del desciframiento del genoma humano, el iberoamericano aun arrastra una perspectiva religiosa propia de la Edad Media; el africano en muchos casos de la Edad de Hierro. No podemos, comparar el nivel de erudición, de formación educacional, de madurez intelectual del europeo promedio con el del típico iberoamericano o africano.

El latinoamericano típico aborrece la lectura más que a un castigo, y lo poco que lee no comprende. La evidencia más obvia, más irrefutable, más palpable de un sistema educacional fracasado es la falta del hábito de la lectura en la sociedad. Muéstrame una sociedad sin el hábito de la lectura y te mostraré un pueblo ignorante, apático y soberbio, cuyo pasado, presente y futuro está controlado por sus apetitos, dictaminado por sus placeres, regido por la corrupción y la impunidad, e impuesto por otro pueblo más erudito, más industrioso, y más dotado a valorar el poder que otorga el cultivo y la transmisión del conocimiento que la lectura ofrece. El cultivo del conocimiento es lo que a los seres humanos nos distingue de las bestias – sin el hábito de la lectura nos condenamos a ser tratados como tales. 

Ya sé que se me va acusar de etnocéntrico – ya me han dicho de todo y creedme me trae sin cuidado porque quien me lo va a decir ni va a leer o escuchar detenidamente lo que estoy diciendo, y si lo hace no me va a entender sobre todo si no recurre a un diccionario con antelación. Uno de los más grandes problemas con la falta de formación intelectual es la falta de disciplina emocional, la falta de control, a nivel visceral, sobre reacciones irracionales e impulsos agresivos. Eso también, correlaciona con una alta religiosidad. (El por qué lo explicaré en un próximo artículo al respecto.) Cuanto menos se desarrolla el intelecto y las facultades auto-disciplinarias en general, más impulsivos somos, más violentos, más dados al deleite de los placeres en vez de a la satisfacción moral de las obligaciones cumplidas.

Ciertamente el iberoamericano insiste en creer que los efectos insidiosos y ubicuos de la colonización con los que busca explicar, y excusar, las disfunciones de su sociedad, no le han afectado a él mismo. Insiste en que la corrupción que fácilmente observa vigente en todas las instituciones culturales no le han perjudicado de forma psicológica. Caído en el lodazal se cree recubierto de una capa de teflón e invulnerable al contexto en el cual se desarrolla. Insiste en la fantasía de que la corrupción y disfunción de su sociedad se limita a la política y a la educación. El iberoamericano permanece en esa denegación según la cual afirma que esa corrupción política y esa disfunción educativa no tienen origen en las familias mismas donde se crían esos políticos, ni registra sus efectos en los alumnos que se forman y egresan de tales deficientes instituciones educativas. El iberoamericano persevera en la ilusión de que la decadencia que se manifiesta con suma evidencia en todas las facetas de su sociedad no surge de la cultura misma; y en el caso de admitir que la corrupción y la decadencia y la disfunción son culturales, no acepta que la cultura no es un ente aislado y distinguible de las personas que la forman. Tengo malas noticias para ese iberoamericano: La cultura no es sino la suma de los patrones conductuales, de los patrones de pensamientos, y de los patrones emocionales que presentan los habitantes que comparten la misma.

La realidad, por lo tanto, es muy diferente a la que el iberoamericano entretiene. La realidad es que esa corrupción, esa decadencia, esa disfunción está en la familia, en la forma de (mal)criar a los hijos al no forjarles de acuerdo a un modelo de identidad y de acuerdo a una visión formativa para su futuro que les forje independientes, emprendedores, y competitivos y no dependientes de la aceptación familiar y sobre todo de la materna. El hispano cría a los hijos bajo la absurda y auto-derrotista noción de que la niñez y la adolescencia son para la recreación irresponsable en vez de para la responsable formación de las bases sobre las cuales se edificará el futuro adulto.  La organización familiar latina es un sembradero y criadero de disfunciones psicológicas, entre ellas lo que se conoce como la “Personalidad Co-adictiva” o “Codependiente”, conocida comúnmente como la “codependencia”.

La codependencia es una disfunción psicológica que existe cuando aparece una dependencia con respecto a otros que le lleva al individuo a prescindir de sus propias necesidades emocionales para centrarse en las del otro o de los otros, anulándose a sí mismo como ser humano. El codependiente no sabe ni designar, ni imponer, ni hacer respetar límites en otras personas – ni en cuanto a su persona física, ni en cuanto a sus emociones, ni en cuanto a los artículos de su propiedad – aun en el caso de que la persona trasgresora le hiera deliberada y repetidamente. Tampoco sabe emprender tareas por su cuenta, dependiendo activamente del acompañamiento de otros miembros de su grupo (familiar o de amistades) y demostrando lo que clínicamente vendría a llamarse como un “trastorno de ansiedad por separación” como resultado de la mínima ausencia de sus seres amados (o más bien “apegados”).  

El codependiente aprende así, desde niño, a confundir el amor con el apego, y a no distinguir el verdadero amor de la disfunción obsesiva y adictiva – de ahí el término “Personalidad Co-adictiva”. El codependiente afirma su concepto disfuncional del amor con expresiones, tan frecuentes en las canciones populares hispanas, como “no soy nada sin ti”, “sin ti no puedo vivir”, “tu me completas”, etc., etc. El resultado es que el latino se cría apegado a la aceptación del grupo, temiendo destacarse por terror al rechazo, y aterrorizado de la soledad. Todo lo contrario de lo que se precisa para ser un futuro líder. 

 La realidad es que esa corrupción, esa decadencia, esa disfunción socio-cultural de Iberoamérica, esa codependencia personal y familiar está presente y a la vez es causa de la ausencia del arquetipo del “hombre”. El modelo del concepto de la hombría en cualquier cultura o sociedad funcional se basa en el arquetipo del guerrero o del héroe  - aquel individuo emancipado, responsable, sabio, confiado, altivo, disciplinado en sus emociones, cauto en sus acciones, respetuoso tanto de su propia imagen como en el trato de los demás, sensible pero a la vez independiente de chantajes emocionales, y dedicado a una causa es el pilar de su familia, de su comunidad, de su nación. Lejos, muy lejos, del héroe/guerrero es lo que se manifiesta en la cultura hispana en general en una versión satírica de ese modelo en la forma de una masculinidad inmadura, insegura, codependiente, violenta, soberbia, y viciosa que conocemos regionalmente como el “macho ibérico”, el “machito”, el “señorito”, o el “machista”.

El machismo es el resultado invariable de la ausencia de un padre-hombre que forme al niño durante su desarrollo y que le sirva de modelo; es el resultado del dominio del matriarcado en una cultura que consiente al varón, le escuda de la disciplina, y le cría como un accesorio emocional personal de la madre. En resumen: el machismo es un producto de una maternidad disfuncional. Esta codependencia del hombre con respecto a su madre forma la base de todas sus relaciones con el género opuesto, ocasionando un enfermizo ciclo vicioso de vulnerabilidad y de resentimiento con respecto a las mujeres, a las cuales culpa, al menos a un nivel inconsciente, de su emasculación, frustración que con demasiada frecuencia le lleva a la violencia contra su pareja femenina. El machista se desquita en las mujeres porque resiente haber sido criado para ser un pelele emocional de las mismas.

La realidad iberoamericana es que esa corrupción, esa decadencia, esa disfunción está en el concepto del ocio como tiempo para recreación en vez de como una oportunidad para su propia formación; y la realidad es que esa corrupción, esa decadencia, esa disfunción está en la falta de responsabilidad personal en cuanto a un control sobre el impulso emocional ocasionando lo que coloquialmente conocemos como “el arranque”, “el berrinche”, “el pronto”, etc., pero no solamente en niños preadolescentes, sino en “hombres” y “mujeres”  – entre comillas por su puesto – designados como tales por edad cronológica pero no por sus muestras de madurez emocional.

La falta de valoración del intelecto dominante en la cultura hispana, manifiesto en el desdén por la lectura, se resume así: es más importante el sentimiento que el pensamiento, es decir, la emoción prevalece por encima de la razón y por consiguiente nunca se logra una autorrealización personal, familiar, comunal, social, o nacional más allá de la explosión afectiva del momento y del turno. Se comportan como niños malcriados pero quieren ser respetados, por sus propios políticos y por la perspectiva internacional, como adultos racionales. No va a pasar: el mundo no es una madre consentidora.

En resumen: estamos tratando en Iberoamérica con una población ignorante, emocionalmente inmadura, codependiente, volátil, resentida de su historia, e irresponsable, con una correspondiente alta religiosidad, y con un retraso intelectual-cultural de aproximadamente cuatro siglos con respecto al europeo.  Si fuera el caso de que a nivel general, los pueblos de Iberoamérica se dieran cuenta de que sus deplorables situaciones sociopolíticas y económicas están en directa proporción y en alta correlación con su retraso cultural aceptarían, de hecho, anhelarían, todo empeño proveniente de cualquier origen que se esforzara para remediar su situación.

Lejos de ser este el caso, las soberbias actitudes dominantes en la cultura latinoamericana en absoluto corresponden a lo que racionalmente se esperaría de alguien en su situación – pero sí corresponden a la irracionalidad correspondiente a la falta de nivel educativo general. Es decir, mientras que hay, generalmente hablando, un reconocimiento de la existencia de un problema, las causas del mismo se externalizan por completo de tal forma que convenientemente consiguen evitar cualquier responsabilidad personal sobre el presente o el futuro de sus sociedades. Aquí vemos que los culpables son los españoles por la colonización, las corporaciones extranjeras por la explotación, los EE.UU. por su  política de intervención, los políticos nacionales por sus elevados niveles de corrupción, los demás ciudadanos de sus respectivos países por su falta de comprensión, la Iglesia Católica por la imposición de su religión, etc., etc. Sin lugar a dudas, si en Iberoamérica falta desarrollo intelectual desde luego no falta inteligencia a la hora de buscar excusas que eviten cualquier compromiso propio con lo único que cuenta: una solución.

La solución jamás se logrará mientras que el problema se considere siempre externo y ajeno al individuo, a la familia, y a la cultura misma, y por lo tanto fuera de su control y lejano a su responsabilidad. Es una actitud, no obstante, propia de una cultura embutida en una cosmovisión mágico-ilusoria donde el poder se externa a fuerzas ajenas (los extranjeros, los espíritus, los santos, el karma, los políticos, etc.) y nunca a uno mismo. Sin antes tomar una postura de responsabilidad personal y social por su presente jamás se va a lograr la anhelada condición de dignidad que surge exclusivamente de la potestad y de la autoridad sobre su futuro.

El iberoamericano, al igual que el afroamericano, el indio americano, y todas las demás poblaciones del planeta con una destacada ascendencia de origen indígena, forman un gran pueblo conquistado, no solamente por naciones, industrias transnacionales, o políticos corruptos, sino por:
1)    Su propia cosmovisión mágico-ilusoria-religiosa que les esclaviza mediante la ignorancia (tanto por su falta de conocimiento filosófico-científico como por su rechazo al aprendizaje del mismo) y
2)    Por el efecto de sus esquemas de ser y estar en el mundo que simplemente no son adaptivos a la realidad imperante en el siglo XXI.

Simplemente, sus culturas son disfuncionales, tanto por diseño  (precisamente ese es el propósito de la colonización), como por empeño  (al no querer reconocer que ellos mismos mediante sus patrones de conducta, de pensamiento y de emoción, siguen insistiendo en tratar de reafirmar la validez de esos mismos patrones auto-derrotistas). Se quejan de ser el producto de una colonización y de una explotación, etc., pero ninguno quiere reconocer que personalmente él o ella misma representa en su mismo ser – en su forma de pensar, en su forma de comportamiento, en su forma de sentir – el carácter de esa colonización.  Más claro: son ciegos que deniegan su estado de ceguera y que resienten a cualquiera que se lo señale.

Lo primero que hay que hacer es reconocer que, en términos poéticos, Iberoamérica es ciertamente, como describió el poeta presente, un “Pueblo de Nadie”:

Pueblo de nadie[3]

Tierra parca de sueños
Almas de esclavos
Pueblo que implora dueños
Y se vende por centavos

Tierra sin piernas ni ilusiones
Caminan arrastrados
Pueblo sin visiones
Donde se paran acostados

Tierra de pesadillas
Ni a soñar se atreve
Pueblo que nace de rodillas
Y lo mediocre promueve

Tierra de futuro ausente
Pueblo sin ídolos ni figuras
Colonizados de cuerpo y mente
Héroes sin bravuras

Tierra sin riqueza de visionarios
Pueblo de corruptos y vicarios
Exiliado de guerreros
Desterrada de sabios

Tierra de fueros
Pueblo de soberbias y apatías
Vacía de causas
Repleta de rebeldías

Tierra ignorante que rechaza enseñanza
Tierra supersticiosa y con eruditos resentida
Pueblo de infancia malcriada
De juventud desperdiciada y consentida

Tierra tan pobre que solo el dinero adquiere
Donde el que más tiene es el que vale
Pueblo sin compromiso ni disciplina
Tierra perdida, Pueblo de nadie

(Por Shodai Sennin J.A. Overton-Guerra)



Segundo, hay que tomar responsabilidad total por el presente: De nada sirve seguir conmiserando por las injusticias del pasado. Aquí es donde hago referencia a una actitud muy representativa de la mentalidad colonizada dominante en Iberoamérica: “No puedes esperar que un trabajador, después de una dura jornada laboral de 12 horas, se ponga a leer un libro para elevar, por su cuenta, su nivel de educación.” Esta es una actitud de autocompasión que solamente sirve para reforzar la autoimagen de una víctima indefensa e impotente para cambiar su propia condición y por lo tanto en espera de que alguien de afuera venga para hacerlo por él sin exigir su cooperación y compromiso a cambio. No va a suceder.

            Tampoco es de extrañar esa actitud de mártir. Junto con la altísima religiosidad domina el ideal de la víctima sacrificada. Con el modelo que ofrece Jesús pasamos del dios guerrero de la antigüedad al dios sacrificado que no levanta un miserable dedo en su defensa y que profesa que los “últimos serán los primeros”, promoviendo así una ideología del martirio apático – perfecto para inculcar una mentalidad propia del colonizado en vez del esfuerzo proactivo del que busca ser responsable por su propia liberación: al fin y al cabo lo que cuenta en la mentalidad religiosa es la meta de un paraíso extraterrenal.

Si propusiese la siguiente pregunta en el foro público de una red social: “Si su hijo estuviera ahogándose en el océano, ¿seguiría perdiendo su tiempo con las mismas inanidades que refleja en su muro de Facebook, o se lanzaría a rescatarlo con toda urgencia?  Si su hija estuviera atrapada en una casa ardiente,  ¿continuaría con el mismo relajo con el que malgasta el mayor recurso a su disposición para su superación personal – su tiempo libre – o se entregaría, sin reservas ni demoras a su rescate?”, el iberoamericano general respondería con un estado de perplejidad total – pero lejos de invitar a una reflexión interior, y mucho menos a un cambio de actitud, continuaría en su actual estado de parálisis.

La realidad,  es que el presente de nuestros hijos está siendo arrasado por la apocalíptica  llamarada de la ignorancia de nuestro pasado, y el futuro se está ahogando bajo el tsunami de la apatía de nuestro presente. El futuro se distinguirá del pasado y del presente en la misma medida que el pueblo aprovecha su tiempo libre para mejorarse a sí mismo. El destino, como la espada bajo el martillo diestro del herrero, pertenece a aquel que se compromete, con visión, inteligencia y esfuerzo, a forjarlo. Pero aquí no hay herreros, ni hay martillos, ni mucho menos visión, inteligencia o espadas forjadas por las mismas. De hecho, en la cultura iberoamericana sobra lo que se reconoce psicológicamente como la “indefensión aprendida”:
La indefensión aprendida es un tecnicismo que se refiere a la condición de un ser humano o animal que ha aprendido a comportarse pasivamente, sin poder hacer nada y que no responde a pesar de que existen oportunidades para ayudarse a sí mismo, evitando las circunstancias desagradables o mediante la obtención de recompensas positivas. La teoría de indefensión aprendida se relaciona con la depresión clínica y otras enfermedades mentales resultantes de la percepción de ausencia de control sobre el resultado de una situación. A aquellos organismos que han sido ineficaces o menos sensibles para determinar las consecuencias de su comportamiento se dicen que han adquirido indefensión aprendida.[4]

La cultura iberoamericana sin lugar a dudas es la cultura de la indefensión aprendida.

Irónicamente, trágicamente, patéticamente, esta posición de no exigir al pueblo ignorante responsabilidad por su propia formación es una posición claramente auto-derrotista a la vez que auto-saboteadora, y que sirve precisamente para fomentar los intereses de las empresas multinacionales, de la Iglesia, y de los políticos corruptos. Vemos el ciclo vicioso de la colonización y de su insidiosa implantación como la fuerza automotriz de los valores y principios culturales.

Pero también vemos donde podemos apoderarnos de las riendas del control sobre nuestro propio destino mediante una intervención, a nivel popular e independiente de las fuerzas que perpetúan nuestro estado de sumisión y explotación. Es decir, no habrá cambio mientras que el iberoamericano no acepte la naturaleza corrupta de su cultura que le encierra en un ciclo vicioso de sometimiento socioeconómico mediante disfunciones psicológicas propias de un perfil de negativista desafiante, de codependiente, de indefensión aprendida, con discapacidades cognitivas resultantes de sistemas educativos deficientes, y una preferencia a ocupar su ocio con la fiesta, la bebida, y la comida, en vez de con el estudio, la formación personal o la lectura.  No es de sorprender, por ejemplo, que a nivel internacional México tenga la dudosa distinción de disputarse la primera posición en obesidad infantil y adulta.

La religiosidad es esencial en aseverar este ciclo vicioso de sumisión y explotación. Encierra tanto al individuo como a la cultura misma en una burbuja de ignorancia deliberada a la vez que lo incapacita intelectualmente para reconocer la existencia y los efectos de la burbuja misma. De ahí que no exista, comparativamente hablando, en las culturas de alta religiosidad, una curiosidad intelectual, un empeño de autorrealización formativo, un hábito de la lectura, un sentido del uso del ocio como recurso primordial a la superación personal, familiar, social o cultural. Se establece, y se garantiza de forma perpetua, un culto al obscurantismo y una codependencia de la más ubicua, de la más insidiosa, y de la más nefasta posible: la codependencia con la figura de ‘Dios’.

En cuanto a la conveniente postura de indefensión aprendida, goza de presentarse como una excusa ante la apatía que no tiene justificación cuando una persona o un pueblo se comprometen a su emancipación. Veamos el ejemplo de Frederick Douglass, un esclavo afroamericano que, viviendo en condiciones que hacen parecer a la Iberoamérica de hoy un paraíso liberal, logra no solamente superar su condición de analfabetismo impuesto por ley, sino llegar a ser uno de los pensadores más destacados de la cultura americana – blanca o negra – del siglo XIX:
Frederick Douglass nació en una cabaña de esclavos, en febrero de 1818, cerca de la localidad de Easton, en la costa oriental de Maryland. Separado de su madre cuando sólo tenía unas pocas semanas de nacido fue criado por sus abuelos. A la edad de seis años, su abuela lo llevó a la hacienda de su amo y lo dejó allí. Al no ser contado por ella que lo iba a dejar, nunca Douglass se recuperó de la traición del abandono. Cuando tenía unos ocho años, fue enviado a Baltimore para vivir como un criado de Hugh y Sofía Auld, los parientes de su amo. Fue poco después de su llegada que su nueva dueña le enseñó el alfabeto. Cuando el esposo de ésta le prohibió continuar con su enseñanza, porque no era lícito enseñar esclavos a leer, Frederick se encargó por sí mismo de aprender. Convirtió a los niños blancos del barrio en sus maestros, al regalar su comida a cambio de lecciones de lectura y escritura. A la edad de doce o trece años Douglass compró una copia de “The Columbian Orator”, un libro de texto popular de la época, lo que le ayudó a lograr un entendimiento y apreciación del poder de la palabra hablada y de la palabra escrita, ya que descubrió que eran dos de los medios más eficaces para lograr un cambio permanente y positivo.

        Volviendo a la costa este de los EE.UU., aproximadamente a la edad de quince años, Douglass se convirtió en un peón de campo, experimentando la mayoría de las horribles condiciones que plagaron esclavos durante los 270 años de esclavitud legalizada en los Estados Unidos. Pero fue durante este tiempo que tuvo un encuentro con el esclavo buscapleitos Edward Covey. Su pelea terminó en empate, pero la victoria fue de Douglass, ya que su desafío al bully restauró su sentido de auto-estima. Después de un intento de fuga abortado cuando tenía unos dieciocho años de edad, fue enviado de vuelta a Baltimore para vivir con la familia Auld; y a principios de septiembre de 1838, a la edad de veinte años, Douglass logró escapar de la esclavitud mediante la suplantación de un marinero.
        Primero fue a New Bedford, Massachusetts, donde él y su nueva esposa, Anna Murray comenzaron a formar una familia. Siempre que podía asistió a reuniones abolicionistas, y, en octubre de 1841, después de asistir a una convención contra la esclavitud en la isla de Nantucket, Douglass se convirtió en profesor en el Massachusetts Anti-Slavery Society (Sociedad Anti-Esclavista) y en un colega de William Lloyd Garrison. Este trabajo lo llevó a hablar en público y a comunicarse por escrito. Él publicó su propio periódico, “La Estrella del Norte”, participó en la convención de los derechos de las primeras mujeres en Seneca Falls, en 1848, y escribió tres autobiografías. Fue reconocido internacionalmente como un abolicionista dedicado, trabajador incansable por la justicia y la igualdad de oportunidades, y un defensor infatigable de los derechos de las mujeres. Se convirtió en un asesor de confianza de Abraham Lincoln, Mariscal Federal para el Distrito de Columbia, Registrador de Contratos de Washington, DC, y el Ministro General de los Estados Unidos en la República de Haití. Frederick Douglass murió a última hora de la tarde o por la noche, el martes 20 de febrero de 1895, en su casa de Anacostia, Washington, DC. "[5]

Frederick Douglass, conocido también como “el León de Anacostia”, nacería esclavo pero tomó las riendas del control de su propio destino mediante la liberación de su mente ocasionada por el amor a la superación personal y fomentada por la adquisición del conocimiento solamente alcanzable mediante su hábito irreprimible de la lectura. Su apetito por el aprendizaje, por el enriquecimiento de su mente, le llevó literalmente a someter a su cuerpo físico a pasar hambre a cambio de clases de lectura. Si un esclavo logró superar su condición de cautiverio y alzarse como hombre libre e intelectualmente destacado en un país repleto de odio y de resentimientos racistas, entonces yo proclamo que en Iberoamérica sí se puede – pero no sin antes reconocer, aceptar y poner en marcha “lo que hay que hacer”.  

El iberoamericano no quiere ni tomar responsabilidad por reconocer los medios a su disposición para superar su condición – el tiempo y los recursos malgastados en su recreación regular – ni tampoco quiere comprometerse en emprender el esfuerzo necesario para aplicar con eficacia esos recursos. En nada se asemeja a Fredrick Douglass. Se queja de que sus propios políticos muestran un desprecio total hacia el pueblo del cual se enriquecen con su corrupción, pero se niega a tomar responsabilidad por ganarse activamente el desprecio de sus políticos con sus patrones y actitudes disfuncionales, soberbios, irresponsables, y apáticos. Como dijo Malcolm X, “nadie te da la libertad, si eres un hombre la tomas.” Esa “libertad” no es sino la liberación de la mentalidad colonizada. Sin lugar a dudas el político iberoamericano, con frecuencia educado en los EE.UU., es familiar con el ejemplo famoso de Fredrick Douglass, y no podrá, consciente o inconscientemente, sino efectuar una comparación entre éste y los habitantes de su propio país, comparación nada favorable para el pueblo que representa. Basta de excusas; y no me vengan con absurdidades patéticas de que es mucho exigir al trabajador mexicano que aplique su tiempo libre después de una “larga” o “ardua” jornada laboral. Si un ser humano se niega a aplicar su tiempo libre para el cultivo de su intelecto con el propósito de mejorar su propia condición, en efecto está negando lo único que le distingue de una mula, de un burro, o de un buey, o sea, se reduce a sí mismo a la categoría de bestia de carga. No debe extrañarse de que le traten como tal.




El término clínico “negativista desafiante” lo he aplicado de forma regular, esperando (como idealista iluso que a veces resulto) que el lector hiciera caso del accesible Google para salir de su ignorancia y lograr una comprensión del término – grave error por mi parte. La condición de “negativista desafiante” se refiere a un trastorno conductual que como todos los trastornos conductuales se refleja en, y afecta a, no solamente la conducta en sí, sino que sobre todo distorsiona cómo el afectado percibe la conducta misma y, lo peor de todo, cómo recibe cualquier intento de corrección o de intervención correspondiente. (Da la “casualidad” de que el tratamiento de individuos diagnosticados con este trastorno, junto con aquellos diagnosticados con su versión más acentuada, la del “trastorno disocial”, era mi especialidad trabajando como psicólogo en una institución correccional adolescente femenina en los EE.UU.) En breve el negativismo se resume como el “trastorno del comportamiento caracterizado por oposición, resistencia, y rechazo a cooperar incluso con las peticiones más razonables y una tendencia a actuar de una forma contraria”[6] o en más detalle como “una categoría nosológica incluida en el Manual Diagnóstico y Estadístico (DSM-IV) de la American Psychiatric Association, donde es descrita como un patrón continuo de comportamiento desobediente, hostil y desafiante hacia las figuras de autoridad, el cual va más allá de la conducta infantil normal.”[7]

Cualquiera que haya vivido íntimamente y extensamente con numerosas manifestaciones de la cultura hispana (peninsular o iberoamericana) como lo he hecho yo podrá dar testimonio de que el hispano es dado, por cultura, a rechazar cualquier imposición disciplinaria y por ende formativa a su conducta, y a discutir, de tú a tú, desde la soberbia de su falta de formación, y de forma irreverente sino grosera,  con cualquier experto en su propia materia: discutirá con un profesor universitario sobre cuestiones de cultura sin haber tenido una formación alguna en esa materia; contenderá con un experto en religiones del mundo en cuanto a la religión – sin haber siquiera leído su propia biblia;  rechazará la interpretación histórica de un evento sin conocer la historia misma y sin molestarse siquiera en instruirse al respecto, etc., etc., etc. Y todo en pos de reafirmar lo que entiende, desde su limitada perspectiva, ser una ideología de igualdad social. Es decir, no se molesta en cultivar su entendimiento para elevarlo al nivel del experto, pero reduce el prestigio y el valor del experto a su bajo nivel de mediocre comprensión. Claro que la religiosidad que afirma que todos somos “iguales ante los ojos de Dios” juega un papel prepotente, e inconsciente, en esa actitud irreverente y soberbia del negativista desafiante. 

Pero la definición clínica del “negativista desafiante” es mucho más precisa y nos ayuda a comprender la esencia de un patrón auto-derrotista en la psicología trastornada y disfuncional del hispano: 
Para cumplir los criterios del DSM-IV-TR, deben tomarse en cuenta ciertos factores. Primero, el [patrón de] desafío debe ser lo suficientemente severo como para interferir con su habilidad para funcionar en la escuela, hogar o la comunidad. Segundo, el desafío no ha de provenir de algún otro trastorno, tal como la depresión, ansiedad o un trastorno de conducta de mayor severidad (de tal manera que entonces no sería un trastorno en sí sino parte del otro trastorno). Tercero, las conductas problema de la niña o niño han estado sucediendo por lo menos durante seis meses.[8] [Énfasis mio.]

            Aquí se requiere hacer un comentario en términos de los factores mitigantes o delimitantes del criterio diagnóstico. Primero que la disfunción de las familias, de las comunidades, de las sociedades, y de las naciones o países iberoamericanas es cuestión de evidencia empírica: no cabe duda. Segundo, que en términos del origen, tampoco cabe duda que el iberoamericano padece de un estado de depresión psicosocial-cultural – nadie sale de una colonización/explotación de quinientos años ileso. Pero cuando yo empleo el término “negativista desafiante” no lo uso tanto en términos de un diagnóstico clínico sino como una descripción característica de las conductas propias de esta cultura. En la cultura iberoamericana la condición patológica del negativismo desafiante se ha convertido en una norma cultural.  Tercero, las características propias del negativismo desafiante ya representan patrones arraigados en la cultura desde hace siglos. 

Por ejemplo, me queda claro psicológicamente, que el latino discute con el experto y rechaza de antemano todo conocimiento que le lleve, implícitamente o explícitamente, a una responsabilidad por su condición actual porque se siente, como resultado de su indefensión aprendida y de su codependencia con su familia y con Dios, como impotente para realizar tal cambio. Su rechazo, su hostilidad, su agresividad, no es sino un mecanismo de defensa para evitar reconocer (de nuevo) su percibido estado de impotencia, su imaginada falta de control sobre su propio destino.

Continuemos con un análisis más detallado de la patología del negativista desafiante tan arraigado en la cultura hispana:
                                                                                                                  
Criterios diagnósticos
Un patrón de conducta negativista, hostil y desafiante que ha durado al menos seis meses, durante los cuales cuatro o más de los siguientes están presentes:
Nota: Considérese cumplido un criterio sólo si el comportamiento ocurre más frecuentemente de lo que es típico para individuos de una edad y nivel de desarrollo comparables.
1.     Pierde los estribos con frecuencia
2.     Discute frecuentemente con adultos [o con individuos que debiera reconocer como sus superiores]
3.     Desafía activamente o con frecuencia rehúsa acatar las peticiones o reglas de los adultos [o de otras figuras de autoridad]
4.     A menudo deliberadamente irrita a los demás
5.     A menudo culpa a otros de sus errores o mala conducta
6.     Con frecuencia aparece enojado y resentido
7.     Con frecuencia se muestra rencoroso o vengativo
8.     La alteración en la conducta causa un impedimento clínicamente significativo en su funcionamiento social, académico u ocupacional.
9.     Las conductas no ocurren exclusivamente durante el curso de un trastorno psicótico o del estado de ánimo.
10.  No se cumplen los criterios para trastorno disocial y, si el individuo tiene 18 años o más, los criterios no se cumplen para el trastorno de personalidad antisocial.

Si el niño o niña cumple al menos cuatro de los anteriores criterios, y estos interfieren con su vida normal, entonces técnicamente cumple con la definición.[9]

No se puede ser conocedor de la cultura latina en general y de la iberoamericana en particular sin reconocer ampliamente la manifestación extensamente difundida de estos patrones conductuales disfuncionales. Aplico el termino de “negativista desafiante” en vez del (quizás más aplicable) de “trastorno disocial”, porque culturalmente hablando con el hispano estamos tratando con una mentalidad adolescente, pueril y no con un cultura de adultos emocionalmente maduros e intelectualmente racionales. Vemos que psicológicamente hablando el hispano está tan inmerso en un mar de trastornos psicológicos – de disfunción  familiar, de codependencia, de indefensión aprendida, de negativismo desafiante, etc. – que al igual que un pez ni siquiera se da cuenta de que está mojado.

El latino no solamente exige que un político le libere de si mismo, sino que reúsa comprender los factores más determinantes de su futuro:
1)    Dado su actual estado de subdesarrollo descrito anteriormente, su única aportación como recurso de intercambio en el altamente competitivo mercado internacional es como mano de obra explotable.

2)    Dado su rechazo hacia cualquier influencia disciplinaria, analítica, y formativa, no se presta sino a continuar en su condición de recurso de explotación.

3)    Dado su predisposición al malgasto de su tiempo libre, o sea su propia apatía y su propio hedonismo, jamás logrará trascender su condición como recurso de explotación.

4)    Dado su nivel de subdesarrollo intelectual, no puede confiar en sus propios recursos analíticos ni en su propia perspectiva para tener una visión lo suficientemente objetiva y libre de distorsión con respecto a su propia realidad o a la realidad internacional en la cual se encuentra inmerso. Sin estas perspectivas objetivas no puede esperar lograr un cambio positivo por cuenta propia: con frecuencia la pseudo-intelectualidad carente del iberoamericano termina siendo como el ciego guiando al ciego o como el principiante que acaba de aprender las reglas del ajedrez y desea prevalecer en un torneo de grandes maestros.

5)    Ninguna de las fuerzas que en el presente se benefician de su explotación – el Estado, la Iglesia, y las Empresas Transnacionales – van a hacer esfuerzo alguno para cambiar la situación de ‘explotabilidad’ del iberoamericano: hacerlo estaría en contra de sus propios intereses.

El único mecanismo eficaz para romper el ciclo vicioso, maquiavélicamente implantado por las fuerzas colonizadoras de la cultura (la corona española y su compañera de genocidio la Iglesia católica), y expertamente explotado por los emergentes estados criollos y por las transnacionales extranjeras, está en fomentar un movimiento formativo – mental, conductual, y emocional – a nivel popular: precisamente exigir al trabajador – al igual que se exigió a sí mismo el ex-esclavo y autodidacta Fredrick Douglass – que después de su jornada laboral de 12 horas, seis días a la semana, ocupe su tiempo libre primordialmente en su formación y no en su recreación

Sin una formación integral, vastamente superior a la disponible mediante los sistemas educativos vigentes en Iberoamérica, el proceso democrático no deja de ser una máscara endeble para ocultar un proceso político totalitario y comprometido a la explotación de las masas y de los recursos naturales de los países iberoamericanos: la democracia es para adultos emocionalmente maduros e intelectualmente formados, nunca podrá funcionar al beneficio del pueblo en una cultura disfuncional, dominada por creencias obscurantistas, y esclavizada por una cosmovisión mágico-ilusoria.


En un país democrático el pueblo tiene el gobierno que se merece y la economía que se gana. Cuando el pueblo carece de una visión del mundo y de su lugar en él, cuando es apático, soberbio, e ignorante, cuando es incoherente, impulsivo, e indisciplinado, cuando es como un niño que solo se distrae con cualquier trivialidad, entonces es un pueblo fácil de manejar, fácil de engañar, y fácil de explotar. Casi todos los países de Iberoamérica son países democráticos donde la corrupción propia de sus regímenes gubernamentales refleja el estado de corrupción de sus respectivas culturas. De tal palo cultural tal astilla política.

Un pueblo es como un ejército. La victoria militar de un ejército depende no solamente de la visión estratégica del alto mando, sino que de la preparación física, educacional, psicológica, y disciplinaria de sus soldados. De igual manera para la victoria social, un pueblo no solamente depende de la visión socioeconómica de sus dirigentes, sino que de la formación educacional y moral de sus ciudadanos, de la calidad, madurez, e inteligencia de los principios y valores de su cultura. El fracaso del mundo hispano está garantizado desde la cuna. La deformación, disfunción y corrupción de la cultura hispana es el resultado directo del desorden, de la indisciplina, de la desobediencia, de la falta de liderazgo, de la ausencia de visión, y de la falta de formación física, emocional y educacional que tipifica el caos característico de la familia latina. Si no hay orden en la familia no puede haber orden en la sociedad.

Tercero, hay que poner en movimiento un plan de acción: Lo que se requiere, definitivamente, es una formación precisa, integral, y completa para asistir y dirigir al individuo dispuesto al compromiso de las riendas del destino de su propia condición y de las de su familia, de su comunidad, y de su nación. Hay que poner en marcha un programa de formación integral – educacional y personal – que remedie el grado de disfunción severo y múltiple, de la mentalidad colonizada, y del retraso cultural cuatricentenario de Iberoamérica que le rinde inadaptada y nada competitiva con respecto a la cosmovisión filosófica-científica operantes en las sociedades primermundistas.

Hace un par de meses fui invitado como padrino de un alumno mio para dar un discurso en su graduación de la Preparatoria[10]. Este alumno, es necesario informar, se graduó con Matrícula de Honor, es decir, con la distinción de las calificaciones más altas de su grado. Incluyo el texto completo de ese discurso a modo de afirmación que dicho programa de formación – “Lo que hay que hacer” – ya existe, y ya está en funcionamiento:


Buenas tardes me llamo Jaime Alejandro Overton-Guerra, soy el director y el maestro-fundador del Instituto KAIZEN Center de MAMBA Ryu y estoy aquí en calidad de padrino de mi alumno, Fausto Mármol Márquez. Para que entiendan un poco mejor la naturaleza de mi relación con Fausto y lo que implica que sea uno de nuestros alumnos distinguidos e instructores es preciso que comprendan la naturaleza de nuestro instituto. El Instituto KAIZEN Center de MAMBA Ryu es una institución que se fundó hace unos años aquí, en Playas de Tijuana, con el propósito de formar miembros destacados de una nueva generación de individuos dedicados a la excelencia personal y social.

Nuestras enseñanzas se basan en un paradigma integral de autorrealización total: física, intelectual, emocional y espiritual. La programación del Instituto incluye las artes marciales, el pensamiento estratégico, la psicología cognitiva y social; la política y la economía internacional; y la historia de la cultura universal. En su esencia, el Instituto KAIZEN Center de MAMBA Ryu responde a un estado de decadencia en nuestra cultura latina, prevaleciente desde los Pirineos hasta el Estrecho de Gibraltar, y desde Tijuana hasta Tierra de Fuego. Nuestro objetivo es la formación de individuos dedicados a la excelencia en todos los ámbitos de sus vidas, para que ellos, con su vivo ejemplo, industria y liderazgo, sirvan para contrarrestar este estado de decaimiento cultural. Precisamente individuos como Fausto Mármol.

La idea de establecer este instituto de formación integral aquí, en el lado latino de la frontera con los Estados Unidos, surgió como resultado de un proyecto que se me encomendó trabajando como psicólogo en un correccional de niñas adolescentes en San Diego. Ahí mis pacientes eran niñas antisociales, negativistas desafiantes, pandilleras, prostitutas, alcohólicas, y drogadictas, y en su gran mayoría eran de origen hispano.

El proyecto consistía en investigar los orígenes del problema creciente del pandillerismo en los EE.UU. y diseñar un programa social que lidiara con este cáncer que se considera el enemigo número uno, muy por encima de cualquiera amenaza terrorista, que promete destruir la sociedad americana desde adentro. Y los latinos suponen una parte significativa de ese cáncer: aun constituyendo solamente un 16.5% de la población total de los EE.UU. más del 40% de los pandilleros juveniles son latinos.

Los problemas prevalentes en la cultura hispana no eran una novedad para mí. Soy descendiente de españoles y he viajado o vivido en países latinos y convivido con gente latina toda mi vida: Puerto Rico, España, Cuba, Brasil, y México. De adolescente tuve experiencia directa con la criminalidad juvenil, con sus causas y con sus consecuencias. Una parte de mi formación académica de hecho se centra en el estudio de la cultura latina. Mi primera licenciatura de la universidad de Queen’s en el Canadá (Estudios Españoles e Iberoamericanos) se dedicó al estudio de la política, la cultura, la historia, la economía, y la literatura de los países de habla hispana; y mi primera maestría fue en literatura latinoamericana. 

Durante mi etapa de formación universitaria en el Canadá trabajé varios años para el sistema penal y criminal canadiense como intérprete inglés-español y español-inglés. Ahí tuve ocasión de sobra para presenciar, directamente, el creciente estado de decadencia del pueblo hispano, trabajando casi exclusivamente en el ámbito del narcotráfico internacional. Llegué a conocer los detalles de docenas, sino centenares de casos criminales, y con ellos las circunstancias de las vidas de colombianos, venezolanos, peruanos, mexicanos, cubanos, argentinos, chilenos, panameños, nicaragüenses, bolivianos, etc. Usando mis entrevistas como trabajo de campo, escribí una tesina sobre “El impacto socioeconómico del narcotráfico de cocaína en la población de Medellín”.

Trabajando con aquellas niñas del correccional y con sus familias no tardé en darme cuenta de que su patología prevalente no era tanto la criminalidad de su conducta, sino algo mucho más profundo, mucho más insidioso: una falta de formación de naturaleza cultural, es decir, sus problemas no surgían tanto por su estatus socioeconómico sino por los mismos valores culturales. ¿Cuáles son esos valores culturales tan problemáticos y disfuncionales que llevan a tantos latinos, una vez que cruzan la frontera con los EE.UU. a la criminalidad juvenil? Simple, y seamos sinceros: La cultura latina idealiza el ocio y menosprecia la industria; idolatra el entretenimiento y la diversión y rechaza la formación intelectual; glorifica el sabor de la comida por encima de la satisfacción de la condición física; ensalza el placer y la indisciplina por encima de la responsabilidad y la formación. Como característica cultural la familia latina es excesivamente consentidora con los hijos. En la familia latina domina la permisividad y el consentimiento por encima de la exigencia y del orden. Carecemos, en pocas palabras, de las bases culturales para la excelencia.

¿Dónde está mi evidencia? La permisividad de los padres se demuestra por ejemplo en el índice de obesidad infantil, donde México se disputa el primer lugar del mundo. La falta de disciplina personal a favor del auto-consentimiento sensual se ve en el índice de obesidad adulta, donde México de nuevo se disputa el primer puesto en el mundo. La falta de valoración por la educación se demuestra en que México continua siendo el país con el sistema educacional de más bajo nivel según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).  La falta de valoración por la educación se demuestra también en la falta de exigencia por parte de los padres. Si consistentemente permites que los niños vean la televisión, youtube, o jueguen juegos de video en vez de obligarles a que lean libros, acabarás siendo un país donde candidatos a la presidencia no puedan nombrar ni tres libros que hayan leído a lo largo de sus vidas ni, claro está, nombrar sus respectivos autores.

Las consecuencias de esta permisividad parental son evidentes. Los grandes escritores latinoamericanos que asombraron el mundo por la sabiduría de su prosa y por la belleza de su verso ya son cosa del pasado. Hoy en día, en lugar de destacarnos internacionalmente como una cultura que genere grandes pensadores, grandes filósofos, o grandes científicos ganadores de premios Nobel, se nos conoce mundialmente como una civilización donde impera la mediocridad, reina la inseguridad, gobierna la impunidad, domina la corrupción, y donde los individuos más renombrados son los narcotraficantes. Nacionalmente los jóvenes de hoy en día saben mucho más sobre las operaciones del Chapo Guzmán y de los narcocorridos que sobre las obras de Carlos Fuentes o de Octavio Paz.

Los programas del Instituto KAIZEN Center de MAMBA Ryu se diseñaron precisamente para contrarrestar esta tremenda problemática propia de la Hispanidad en general. Pero un programa de formación se evalúa principalmente por la calidad de sus alumnos. Y por eso estoy aquí hoy, para honrar a mi alumno Fausto Mármol porque con su excelencia me honra a mí, honra al programa, y honra a todos sus compañeros del Instituto KAIZEN Center, y sobre todo porque honra a su comunidad y a su cultura. En sus manos, y en las de otros excelentes jóvenes como él, está nuestro futuro como país y como pueblo.

Fausto a ti te digo solamente dos palabras: SEMPER MAMBA.
           

Cuando comparamos al pueblo Hispano con otro pueblo también sometido, despojado, alienado, explotado – esclavizado – es decir, con el pueblo afroamericano podemos darnos cuenta de inmediato de lo que nos falta: nos faltan héroes que con el sacrificio de su propia grandeza inspiren a nuestros niños y niñas, a nuestros adolescentes, jóvenes y adultos en la misión redentora hacia la superación personal. Los héroes, con su ejemplo, forjan un camino de inspiración y de posibilidades para toda la población.

El pueblo afroamericano aunque en el presente lejos de un estado ideal, fue antes esclavo, pero inspirado mediante el ejemplo de individuos como Frederick Douglass, y de sus heroicos descendientes en el compromiso de la excelencia personal e inspiración social – como Martin Lutero King Jr. y Malcolm X – han pasado de ser mano de obra forzada en la plantación a la posición de máximo poder político del mismo país donde antes eran esclavos; han pasado de ser propiedad del hombre blanco a ser el Presidente de la Casa Blanca; han pasado de ser cargamento y mercancía, víctimas de la cadena, del látigo, y del linchamiento, a desempeñar el cargo de comandante supremo de las fuerzas armadas del país más poderoso del mundo. El iberoamericano, de tener vergüenza, lo que no tiene son excusas.

Pero nosotros el Pueblo Hispano, hemos aportado al mundo la figura heroica por excelencia, la figura de Don Quijote de la Mancha, que debería servirnos, a falta de heroicidad a nivel sociocultural, como esa chispa de inspiración que puede provocar una llamarada de activación en nuestras aulas, familias, y comunidades. El modelo del hombre ideal es por antonomasia el héroe, y su sendero, como lo recuenta el poeta presente, con frecuencia es un camino solitario, pero redentor:

El Sendero del Héroe – RELOADED 7 de octubre, 2012[11]

Solo…
Perdido en su pensamiento
No tiene sino aliento para proseguir.
Se pregunta, ¿fue el destino?
¿El azar?
¿Su obstinación o su sino?
Imposible distinguir.

Ante la justa indignación
Y la consagración a su sendero
Siniestro ave de mal agüero
No para de aducir.

La suerte está echada
Secuela de decisiones
De opciones limitadas
De amputadas expectativas
De justas indignaciones
Del espíritu indomable
Del héroe inexorable
De la injusta penitencia
De la inicua sentencia
De una inagotable reverencia
Por la redención alcanzable.

Incomprendido…
Su soledad no le pesa:
Es condición de esencia
Los caminos a ese presente
Más allá de la vida, discurren
Fluyen desde siglos de existencia
De justicias denegadas
De atestadas humillaciones
De impuestas vejaciones
De tribulaciones inacabables.

Y ante la invariable abominación
De una realidad que declara inaceptable
Dispone como mantra si no proclamación:
“Si no yo, ¿entonces quién?”, y proseguido,
Lo que sin duda o desdén corresponde:
“Si no ahora, ¿cuándo?”, y
“Si no aquí, ¿dónde?”



Finalmente, y para concluir, afirmo que toda la programación del Instituto KAIZEN Center de MAMBA Ryu está imbuida por una doble inspiración hacia la superación personal junto con una conciencia social, inspiración que se capta en las palabras de nuestro “Manifiesto de la Sociedad del Dragón de MAMBA Ryu”:

Es durante las grandes crisis cuando los hombres demuestran su verdadero metal.

Muchos, demasiados, ante las primeras amenazas de tormenta se desentienden del mundo y se escabullen como viles alimañas a la oscuridad de sus madrigueras y escondrijos.

Otros, los legionarios del cambio, esperan atentos al llamado de generales y profetas que los guíen e inspiren en la misión redentora.

Y aún otros, enfrentados con la tempestad que amenaza nuestra destrucción, impulsados por el fuego de una gran pasión por la rectitud y el amor al prójimo, extienden sus alas contra el vendaval y se comprometen, hasta con su último aliento, a nuestra protección.

Éstos han sido, y siempre serán, los dragones guardianes de nuestra sociedad.

¡CUMPLIR O MORIR!
¡CUMPLIR HASTA MORIR!


Y ahora ya saben lo que hay que hacer.

Muchas gracias.
¡SEMPER MAMBA!



[3] Pueblo de nadie, 15 de noviembre, 2011 por Shodai Sennin J.A. Overton-Guerra
[4] De Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Indefensi%C3%B3n_aprendida
[5] http://www.frederickdouglass.org/douglass_bio.html
[6] http://diccionario.babylon.com/negativismo/
[7] http://es.wikipedia.org/wiki/Trastorno_negativista_desafiante
[8] http://es.wikipedia.org/wiki/Trastorno_negativista_desafiante
[9] http://es.wikipedia.org/wiki/Trastorno_negativista_desafiante
[10] Aquí pueden ver la videograbación de dicho evento: http://www.youtube.com/watch?v=_RtOGEpoZHA
[11] “El Sendero del Héroe – RELOADED” por Shodai Sennin J. A. Overton, Guerra, 7 de octubre, 2012