Llega un
momento en la realidad de un pueblo en la que es preciso armarse de una pizca
de valor y encararse con la verdad que ha gobernado su existencia – pero la
verdad completa, no solamente la
difundida, la conveniente, la popular, la placentera. Algo tengo que decir al
respecto. La historia del pueblo latinoamericano ha sido regida por una serie
de patrones que nuestros pensadores – poetas, historiadores, novelistas, cantautores
, activistas y profesores –han captado
repetidamente: la tragedia de la explotación extranjera y de la traición propia,
junto con los invariables agregados de miserias y complejos que caracterizan el
fenómeno del tercermundismo.
Desde la conquista y la colonización por parte de las coronas
ibéricas hasta la neo-colonización de las transnacionales americanas y europeas
de la actualidad, y desde la tiranía del criollo de la Independencia hasta la
clase de políticos corruptos que dominan los titulares de nuestras fechas, la
existencia latinoamericana ha sido la historia del progreso de una fase de deshumanización a otra más completa, más
arraigada, más insidiosa. Esto ha sido y es un hecho, ha sido y es una
realidad, ha sido y es una verdad – y los pensadores latinoamericanos – poetas,
historiadores, novelistas, cantautores, activistas y profesores –han representado estos hechos, estas
realidades, estas verdades repetidamente y a lo largo de siglos, a veces hasta
con singular belleza, mordacidad y agudeza.
Estos pensadores han retratado, con la destreza de sus
palabras y ritmos, en apasionada voz o en enmelada pluma, y hasta con la
vivacidad de un artista pintor, el retrato desalentado de un continente trágico
y traumado a modo de un ser mítico, de un unicornio,
cuya belleza, delicadeza, e inocencia queda despedazada por las fauces
implacables de las bestias infernales de la inconsciencia, del materialismo,
del egoísmo y del egocentrismo, y que yace ahora impotente y sumiso,
desamparado e indefenso, pero con un sentido hasta soberbio de la nobleza de su
abnegado sufrimiento. Son los ecos devotos de un culto a la vida en la muerte y al martirio en la vida. Aquí y ahora
es cuando empezamos a toparnos con la otra
verdad latinoamericana, la verdad que sus propias creencias han engendrado en
ella.
Pero un problema no es un verdadero problema hasta que se
califica con una solución. La muerte no es un problema, es una inevitabilidad: no tiene remedio. La
miseria de Latinoamérica no es inevitable como lo es la muerte. Es un problema con una solución muy clara y demasiado evidente: la transformación radical del latinoamericano, comenzando por sus
propias creencias religiosas – implantadas por los europeos precisamente para
la perpetuidad de su estado de colonizado.
Hay que comenzar por la religión y continuar transformando toda esa serie de
aspectos culturales que derivan, directa e indirectamente de la misma, y que se
manifiestan en principios y valores, en gustos y placeres, en intereses y
expectativas, en relaciones personales y familiares, y sobre todo en la manera
en la que desperdicia su tiempo en distracciones y evasiones.
La verdad, esa otra
verdad que no se quiere reconocer y que todos tratan de evitar es que, más
allá de las canalladas de las explotaciones extranjeras y de las infamias
nacionales, el problema ha sido precisamente que a los pensadores
latinoamericanos les ha faltado sinceridad razonada, les ha faltado visión, les
ha faltado “perspectiva estética” – esa claridad analítica de la realidad de un
pueblo que solamente se obtiene comparándose con otros más exitosos que han
superado o evitado caer en las faltas del suyo propio. Los pensadores de Latinoamérica
han sido muy diestros en diagnosticar selectivamente
la dolencia – es decir, en identificar solamente una parte del problema que ha acosado al pueblo latinoamericano,
enfatizando en realidad la parte que no tiene solución: la parte que depende de
la bondad de las fuerzas explotadoras, extranjeras y domésticas, y de la
honradez de la clase política corrupta.
Los pensadores latinoamericanos – poetas, historiadores,
novelistas, cantautores, activistas y profesores – también han sido muy
acertados a la hora de identificar la etiología – el origen, las causas – siempre de esa misma parte incompleta
del problema, de esa parte tan convenientemente ajena al único plan de tratamiento posible: aquel que exige como
solución la responsabilidad propia por parte del pueblo latinoamericano mismo.
Esperar que quien se beneficia de tu miseria colabore en tu superación es de
imbéciles, o de lo que viene a ser lo mismo: de creyentes en un Dios libertador
y salvador.
Hablando de necios y de sus necedades, es curioso para mí,
desde un punto de vista hasta clínico, el observar cómo las creencias
religiosas o bien impulsan a la prosperidad a naciones enteras o bien las
condena a la miseria. El mismo Dios que ha inspirado al pueblo judío a ser
históricamente el más exitoso del planeta, condena al musulmán a ser el más desdichado.
El mismo Dios que inspiró a los españoles y portugueses a conquistar más de
medio mundo, sirve igualmente a los pueblos conquistados a mantenerse como colonizados
de mente y acción. El mismo Dios providente que motiva al estadounidense a su
sentido del Destino Manifiesto, a
alzarse desde el borde de la extinción contra la máxima fuerza imperial de su
día (Gran Bretaña), a dominar todo el hemisferio americano, y a convertirse en
la única superpotencia de nuestra era, mantiene al latinoamericano sumiso y
derrotado, apático e ignorante, soberbio y conformista, y claro está, con el “si Dios quiere” y con el “gracias a Dios” en los labios. Ese mismo
Dios divide y mantiene al planeta en dos mitades: los ganadores y los
perdedores; los que glorifican la superación de la victoria y los que adoran el
martirio en la pérdida; los que se esmeran en ser superiores, y lo que tienen “los últimos serán los primeros” como
mantra; los que leen y toman la educación como símbolo de la prosperidad del espíritu,
y los que hacen culto a la ignorancia y adoración a la soberbia.
Al retratar la actualidad, junto con el camino histórico,
trágico a esa actualidad, los pensadores latinoamericanos han sido los más
fervientes cómplices, quizás inconscientes y a lo mejor involuntarios pero sin
dudas culpables, de sellar el futuro del Latinoamericano con la misma “V” de “VÍCTIMA” con la cual retratan el pasado
y el presente. La inmensa mayoría de los latinoamericanos son gobernados enteramente
por sus circunstancias, por sus miedos e inseguridades, por sus complejos y supersticiones,
por sus apetitos y apegos, por el “pero”,
el “no se puede” o el “¿para qué?”. Viven, como indiqué anteriormente,
con el “si Dios quiere” y el “gracias a Dios” en los labios. Viven, si
es que se puede llamar eso vivir, subsisten más bien, de pura ilusión
contentándose con las migajas de las fantasías de hechos y hazañas nunca por
lograr y mendigando un futuro a entidades ficticias mientras que sus familias,
sus comunidades, sus países continúan, generación tras generación, hundiéndose
en el fango de esa mediocridad tercermundista de la cual ellos mismos son otro
hediento detrito más.
Algunos de estos individuos, digamos los de la clase media,
se sienten superiores a sus conciudadanos puesto que ellos han logrado cierta
seguridad económica, ejerciendo en la capacidad de médicos, ingenieros,
abogados, gerentes, o empresarios. Subsisten
cómodamente gracias al patrocinio de una comunidad a la cual miran con
desprecio y desdén, confiados de su superioridad puesto que, con una mínima de
disciplina parental, han asegurado que sus hijos los sigan representando en su
ocupación como futuros parásitos de su pueblo. Insensibles a la miseria que les
rodea, ausentes de consciencia social – ni hablemos de fervor patriótico – su
sentido de la “moralidad” de su posición por supuesto queda totalmente
afianzada ya que como buenos católicos (o como buenos “cristianos”, como viene
a ser la moda hoy en día) siguen con regularidad hipócrita el calendario de una
institución fundada en nombre solamente en la memoria de un individuo cuyo
legado más humanitario fue precisamente la parábola
del buen Samaritano.
La grandeza de un pueblo no se basa en su devoción religiosa –
ni mucho menos en cuántos conciertos oficia, cuántos partidos de futbol
televisa, ni en cuántas festividades celebra. De hecho, si la historia nos ha
enseñado algo, es que los “dioses” siempre favorecen al más fuerte, al más aplicado,
al más audaz, y no al más “piadoso” ni al más ocioso; favorecen al más
proactivo y no al “bonachón”; favorecen al más competitivo y no al más “tolerante”;
favorecen al altivo, decidido, asertivo y competente, y no al más “humilde” y
sumiso; favorecen al disciplinado y capaz de encajar en un escalafón de mando, y
no al más soberbio, anarquista y desafiante que rechaza gobierno y jerarquía. Es
cierto, la mayoría de los hombres son gobernados por las circunstancias. Pero
también los hay que con su temple y carácter, con su poder de voluntad y con su
voluntad al poder, tuercen esas circunstancias a su favor e inspiran a naciones
enteras a hacer lo mismo. Es cierto, hay hombres, la mayoría de ellos sin
dudas, que son dominados por sus miedos e inseguridades, por sus complejos y
supersticiones, por sus apetitos y apegos, con el “pero”, el “no se puede” o
el “¿para qué?” constante en la mente
que los mantienen sujetos a la posición en el que esas circunstancias les ha
depositado. Pero hay otros, inspirados precisamente, necesariamente,
inevitablemente por los pensadores de su pueblo – por sus poetas, sus
historiadores, sus novelistas, sus cantautores, sus activistas y sus profesores
– que son capaces de romper esas cadenas invisibles, desgarrar esos grilletes
impalpables, despedazar esos muros intangibles y alzarse, como hombres verdaderamente
libres para contribuir, en disposición de sus capacidades, a la superación de
su pueblo entero.La medida en la que
éstos hombres han brillado por su ausencia de la realidad del pueblo
latinoamericano es la misma medida en la que nuestros pensadores – por muy
celebrados y galardonados que hayan sido o sean – son otro trágico fracaso más
de la cultura. Esto ha sido y es un hecho, ha sido y es una realidad, ha sido y
es una verdad.
Edición
original el 4 de octubre, 2012. Edición final del 11 de octubre, 2012
Nota:
Esta anotación fue inspirada por un comentario que recibí el otro día de una
persona que me afirmó que era absurdo esperar que un trabajador, después de una
dura jornada laboral de 12 horas, se pusiera a leer un libro para elevar por su
propia cuenta su nivel de educación. A esa persona le digo: ¡Gracias! Si tuviera, porque se me hiciera la
pregunta, que hacer un breve croquis de las reformas necesarias para sonsacar a
un país hispano como México de su miseria tercermundista, consistiría más o
menos en lo siguiente:
Lo primero que hay que hacer, es hacer
inventario de la situación: Reconocer que México, al igual que el resto de Iberoamérica, no es
Europa para aplicar las (fracasadas) soluciones del materialismo-dialéctico,
marxismo-leninismo-estalinismo que tuvieron lugar en las grandes reformas
socioeconómicas europeas del siglo pasado. Si comparamos la Iberoamérica actual
con la Europa de los dos siglos anteriores inmediatamente nos damos cuenta de
que no hay forma de hacer una comparación. Europa, (y por ende la cultura y el
nivel educativo de la población europea entera), ha gozado de la presencia, y
de la magistral obra, de las mentes filosóficas, científicas y hasta artísticas
más dotadas de la historia del planeta. En la filosofía, desde los presocráticos,
Sócrates, Platón y Aristóteles hasta Stuart-Mills y Nietzsche, Hegel, y Marx, y
en términos más contemporáneos, Bertrand Russel, amigo de Einstein, y
Wittgenstein, Europa ha producido gigantes cuya semblanza en otras partes del
mundo ha sido escasa. En las ciencias y en las matemáticas, desde Pitágoras y
Arquímedes hasta Newton y Einstein; desde Mendel padre de la genética, hasta Darwin
padre de la teoría de la evolución; desde Ramón y Cajal padre de las
neurociencias y Freud padre de la psicología, hasta Francis Crick el
descubridor de la estructura del ADN – a quien tuve el tremendo privilegio de
conocer en el Instituto Salk de UCSD – el mundo científico, matemático y
tecnológico en el que vivimos es directamente, e indisputablemente el resultado
del intelecto europeo. No importa la
disciplina científica que se estudie, casi nunca vamos a escapar del legado de
la aportación intelectual proveniente directamente de Europa. Acéptenlo: el
mundo no es aplanado.
Si en el continente americano los EE.UU. han
logrado ser lo que son se debe a que:
1)Desciende cultural e ideológicamente de
Gran Bretaña, cuyo nivel de desarrollo intelectual ha sido, escritores y artistas
aparte, y sigue siendo muy superior al de España y Portugal.
2)Ha mantenido un vínculo cultural y político
muy estrecho con el antiguo poder imperial, desde la formación de los servicios
de inteligencia americanos con el apoyo y patronazgo de los británicos, hasta
la colaboración y el apoyo actual en misiones militares y diplomáticas
internacionales. Esta unión le ha dado una continuidad con sus orígenes
culturales. (No se ve ese tipo de cooperación en el mundo hispano.)
3)Ha sido el repositorio del intelecto
europeo (e internacional) desde la segunda guerra mundial, dando acogida a
todos los cerebros huyendo de la quema de la destrucción bélica propiciada por
la agresión alemana. Así, por ejemplo, desde Einstein hasta Houdini, muchos
grandes acabaron siendo residentes, sino ciudadanos de los EE.UU. En el siglo
pasado mientras que Europa dio origen a los genios más grandes del planeta,
EE.UU. los dio residencia y seguridad económica. Los EE.UU. opera muy al contrario
de lo que se ve típicamente en los países hispánicos, los cuales, plagiados por
una xenofobia que les induce, mediante su manifiesto tribalismo, a una
tendencia a rechazar contribuciones ideológicas y personales provenientes de
otros países que no sean los suyos.
A modo de digresión parentética, hay que
hacer hincapié en los orígenes históricos de ese tribalismo típico de la
Hispanidad que proviene culturalmente de los reinos musulmanes de Taifas
presentes en la península Ibérica durante casi ocho siglos. Este tribalismo se
expresa aun en situaciones en las que no existe una definida identidad tribal.
Esto ha sido un defecto endémico de la cultura hispana. El mexicano por
ejemplo, con frecuencia rechaza la categorización internacionalmente reconocida
y justificada por realidades lingüísticas, religiosas, históricas, y culturales,
a ser designado como un país “hispano” sin darse cuenta de que anterior a la
colonización no existía una dominante identidad étnica de ningún modo – ni
lingüística, ni religiosa, ni cultural, etc. – en lo que es el espacio
geopolítico que ahora se conoce como México.
Este rechazo le enajena del beneficio de cualquier movimiento de
solidaridad internacional con el resto de Iberoamérica, no digamos lo que le
aliena del beneficio del rico patrimonio histórico-cultural europeo mediante su
herencia española. Donde el único idioma que les une es el castellano, donde la
religión dominante es la religión Católica (originaria de España), y donde los
nombres y apellidos parecen sacados de una guía telefónica de Madrid, se
rechaza lo que históricamente es innegable: México es una nación de
predominante ascendencia cultural española, es decir, es un país hispano, o si
prefieren, hispánico.
Tampoco el mexicano típico reconoce el
efecto de esta absurda y necia posición, y lo que implica para la formación de
su propia identidad nacional y consiguiente consciencia social. La implicación
es simple: al negarse en reconocer la única realidad histórica que les une a
todos – puesto que pocos mexicanos descienden simultáneamente de los aztecas, de
los mayas, de los apaches, de los toltecas, de los chichimecas, de los olmecas,
de los yaqui, de los kumiai, de los
cucapah, de los pai pai, de los kiliwa, de los cahilla, de los akula, etc.,
etc. – se le imposibilita a México fomentar una identidad nacional lo cual es
un factor previo para una consciencia social. Sin reconocer el único patrimonio
cultural que les pueda servir de base para una identidad nacional unida,
pasarán siglos antes de que México experimente una verdadera y auténtica identidad
nacional.
Sin una identidad nacional no puede haber
solidaridad. Es decir, los mexicanos solitos se ponen en un divisivo jaque
perpetuo que contribuye categóricamente a cementar su propia condición como
recurso humano explotable. Ellos se dividen y son conquistados.
Habiendo dicho todo eso y volviendo al tema
anterior, hay que tener en cuenta una cosa muy importante, el nivel relativamente
bajo de religiosidad en Europa es directamente un reflejo de su nivel de logro
intelectual. Es decir, los países más religiosos, las culturas más arraigadas
en lo que podemos llamar la cosmovisión mágico-ilusoria de la religión, son los
más intelectualmente incapacitados, los más ignorantes. La ignorancia en este
caso es el primer impedimento al progreso de un país y puesto que la religiosidad
fomenta una ignorancia deliberada, es el verdadero enemigo del progreso hacia
un futuro de bienestar social en cualquier sentido de la palabra.
No es de pura casualidad que
estadísticamente hablando, los países más religiosos del planeta sean también
los más pobres, los más violentos, los más corruptos, los que registran el peor
record actual e histórico de violaciones de derechos humanos, los que
demuestran el mayor índice de corrupción política, de criminalidad general, y
de impunidad judicial. Y fíjense hasta qué punto la religiosidad incapacita los
poderes del raciocinio del ser humano que ese pueblo religioso, cegado en su
ignorancia, y que sigue rezando a Dios y a los dioses; a los santos y a los demonios;
a los ángeles y a los espíritus, y hasta a la muerte misma, es incapaz de darse
cuenta de que siglos de plegarias no han resuelto en lo más mínimo su
situación. En todo el Tercer Mundo se puede declarar sin riesgo a la
exageración que la religión es la anestesia de la mente que rinde al espíritu insensible
a su abominable condición y desmotiva y desorienta al cuerpo a socorrerse a si
mismo. Ciertamente para el creyente, la falsa esperanza de la fe se convierte
en la única riqueza, en la única justicia, en la única dignidad, y en la única
prosperidad al que puedan aspirar los pobres. El lector, el oyente, o el
vidente escéptico pueden ir a nuestra página de Facebook del “Boletín de
Análisis Hispanista”[1] o al
blog del mismo nombre[2], para
ver los resultados estadísticos del “Proyecto Dédalo” que demuestran
gráficamente y matemáticamente la realidad a la cual me refiero.
Pero en México la religiosidad de origen
europeo, español, cobra un altísimo precio que el mexicano típico no repara en
reconocer. Aferrado en su culto a una
religión ‘española’, no puede sino rechazar, y despreciar como herejías, las
religiones propias de su rica herencia precolombina. Es decir, el dominio de la
fe española le lleva al rechazo de su herencia indígena. Por otra parte, el
resentimiento que el mexicano siente hacia su herencia española, en gran parte
es debido, con justificación, al maltrato de los pueblos indígenas por parte de
los españoles, alienándose así de la rica herencia intelectual europea que es
propiamente suya. El resultado es que el mexicano odia a su padre español y
desprecia a su madre indígena, lo cual le deja como huérfano: jaque mate.
Irónicamente, la única forma de fomentar
una pluralidad religiosa-cultural en un
país repleto de una rica diversidad étnica como México, es precisamente elevar
el nivel de erudición general de la cultura. Primero, al adoptar oficialmente
una posición religiosamente neutral mediante la adopción de una cosmovisión
filosófica-científica, la cultura mexicana vería a todas las creencias religiosas tal como son: creencias y no verdades.
Segundo, el elevar la conciencia cultural
en términos de un conocimiento de la historia universal, el mexicano se daría
cuenta de que el proceso de la colonización española, aun siendo ignominiosa, sigue
un patrón mundialmente reconocido y repetido en todo lugar del planeta desde el
inicio de la historia. La historia mundial no ha progresado tanto en términos
de una lucha de clases como ingenuamente afirmó Marx, sino en términos de
invasiones de culturas menos fuertes por aquellas militarmente, y con
frecuencia también tecnológicamente, más poderosas. Y ese proceso de invasión
invariablemente conlleva el robo, el pillaje, el asesinato, la violación, y la
explotación. Iberoamérica no es una excepción a este proceso universal, lo cual
implica que ya es hora de que el iberoamericano se desenganche de sentirse como
la suprema víctima del mundo. El afán de la conquista se resume con las
palabras inmortales de Genghis Khan explicando a un teniente suyo en qué
consiste la mayor felicidad de la vida: “La
mayor felicidad”, informa el gran Khan, “consiste
en dispersar al enemigo, ahuyentarlo delante de ti para ver a sus ciudades
reducidas a cenizas, ver a los que le aman envueltos en lágrimas, y también
tomar en tu seno a sus esposas e hijas.” Esa es la cruda realidad de ser un
pueblo conquistado. Toda cultura en la historia del mundo ha tenido que lidiar
con la realidad de ser colonizada y o bien ha dejado de existir, o bien se ha
adaptado para seguir adelante. Ya es hora de que el mexicano deje de sentirse el
eterno mártir de la gran injusticia de la historia. ¡Supérenlo!
Ya, ya lo oigo venir, esa voz del
negativista desafiante que afirma: “Pero en cualquier país tercermundista la
ignorancia es el proceso de la colonización y la religión la mayor herramienta
para implementar ese proceso.” Sí, es cierto. ¿Y qué? Igualmente es cierto que Iberoamérica
inconscientemente quiere – y digo inconscientemente puesto que el pueblo
iberoamericano se encuentra demasiado embrutecido en su actual estado de
ignorancia para de verdad darse cuenta de las motivaciones que dominan y
determinan su presente y futuro – aplicar desde su desidiosa comodidad el
modelo europeo de cambio social y económico mediante una simple reforma
política. Eso es imposible dado la tremenda ignorancia dominante en el pueblo
iberoamericano con niveles de religiosidad semejantes en algunos casos a países
de África. Si Europa está en una etapa posmodernista es porque sus poblaciones
y culturas integrantes han pasado a través de, y han superado, etapas en su
formación como la Edad Media, el Renacimiento, la Reforma Protestante, la
Ilustración, la Revolución Científica, la Revolución Industrial, etc., no
digamos innumerables guerras religiosas e ideológicas. Mientras, países de
Iberoamérica en general desconocen los principios básicos propios de la
cosmovisión filosófica-científica, propia del ‘primermundismo’ europeo. La
democracia, original de la antigua Grecia, de la polis de Atenas, cuna de ese
movimiento racional que cambiaría el mundo, que nos daría las ciencias y la
tecnología, cuna de ese movimiento que conocemos como la filosofía, es una
invención por lo tanto europea aplicada y aplicable solamente en el contexto de
una sociedad de hombres libres, políticamente despabilados e igualmente comprometidos
con sus sociedades – nada que ver con la realidad latinoamericana.
He tenido la insoportable y sumamente
irritante experiencia de descubrir que en Iberoamérica con frecuencia personas
con formación universitaria carecen de un conocimiento básico, fundamental, de
la teoría de la evolución, y que además son intensamente reacias a aceptar que
las ideas del creacionismo bíblico son tan retrogradas y han sido tan refutadas
por hechos verificados y verificables como aquellas correspondientes a un
planeta plano, o aquellas que afirman que las enfermedades son causadas por
malos espíritus. Dicho de otra forma, mientras que el primermundista habita un
mundo dominado por una cosmovisión científica-empírica, propia de la era
espacial y del desciframiento del genoma humano, el iberoamericano aun arrastra
una perspectiva religiosa propia de la Edad Media; el africano en muchos casos
de la Edad de Hierro. No podemos, comparar el nivel de erudición, de formación
educacional, de madurez intelectual del europeo promedio con el del típico
iberoamericano o africano.
El latinoamericano típico aborrece la
lectura más que a un castigo, y lo poco que lee no comprende. La evidencia más
obvia, más irrefutable, más palpable de un sistema educacional fracasado es la
falta del hábito de la lectura en la sociedad. Muéstrame una sociedad sin el
hábito de la lectura y te mostraré un pueblo ignorante, apático y soberbio,
cuyo pasado, presente y futuro está controlado por sus apetitos, dictaminado
por sus placeres, regido por la corrupción y la impunidad, e impuesto por otro
pueblo más erudito, más industrioso, y más dotado a valorar el poder que otorga
el cultivo y la transmisión del conocimiento que la lectura ofrece. El cultivo
del conocimiento es lo que a los seres humanos nos distingue de las bestias –
sin el hábito de la lectura nos condenamos a ser tratados como tales.
Ya sé que se me va acusar de etnocéntrico –
ya me han dicho de todo y creedme me trae sin cuidado porque quien me lo va a
decir ni va a leer o escuchar detenidamente lo que estoy diciendo, y si lo hace
no me va a entender sobre todo si no recurre a un diccionario con antelación.
Uno de los más grandes problemas con la falta de formación intelectual es la
falta de disciplina emocional, la falta de control, a nivel visceral, sobre
reacciones irracionales e impulsos agresivos. Eso también, correlaciona con una
alta religiosidad. (El por qué lo explicaré en un próximo artículo al
respecto.) Cuanto menos se desarrolla el intelecto y las facultades
auto-disciplinarias en general, más impulsivos somos, más violentos, más dados
al deleite de los placeres en vez de a la satisfacción moral de las
obligaciones cumplidas.
Ciertamente el iberoamericano insiste en
creer que los efectos insidiosos y ubicuos de la colonización con los que busca
explicar, y excusar, las disfunciones de su sociedad, no le han afectado a él
mismo. Insiste en que la corrupción que fácilmente observa vigente en todas las
instituciones culturales no le han perjudicado de forma psicológica. Caído en
el lodazal se cree recubierto de una capa de teflón e invulnerable al contexto
en el cual se desarrolla. Insiste en la fantasía de que la corrupción y
disfunción de su sociedad se limita a la política y a la educación. El
iberoamericano permanece en esa denegación según la cual afirma que esa
corrupción política y esa disfunción educativa no tienen origen en las familias
mismas donde se crían esos políticos, ni registra sus efectos en los alumnos
que se forman y egresan de tales deficientes instituciones educativas. El
iberoamericano persevera en la ilusión de que la decadencia que se manifiesta
con suma evidencia en todas las facetas de su sociedad no surge de la cultura
misma; y en el caso de admitir que la corrupción y la decadencia y la
disfunción son culturales, no acepta que la cultura no es un ente aislado y
distinguible de las personas que la forman. Tengo malas noticias para ese
iberoamericano: La cultura no es sino la suma de los patrones conductuales, de
los patrones de pensamientos, y de los patrones emocionales que presentan los
habitantes que comparten la misma.
La realidad, por lo tanto, es muy diferente
a la que el iberoamericano entretiene. La realidad es que esa corrupción, esa
decadencia, esa disfunción está en la familia, en la forma de (mal)criar a los
hijos al no forjarles de acuerdo a un modelo de identidad y de acuerdo a una
visión formativa para su futuro que les forje independientes, emprendedores, y competitivos
y no dependientes de la aceptación familiar y sobre todo de la materna. El
hispano cría a los hijos bajo la absurda y auto-derrotista noción de que la
niñez y la adolescencia son para la recreación irresponsable en vez de para la
responsable formación de las bases sobre las cuales se edificará el futuro
adulto. La organización familiar latina
es un sembradero y criadero de disfunciones psicológicas, entre ellas lo que se
conoce como la “Personalidad Co-adictiva” o “Codependiente”, conocida
comúnmente como la “codependencia”.
La codependencia es una disfunción
psicológica que existe cuando aparece una dependencia con respecto a otros que
le lleva al individuo a prescindir de sus propias necesidades emocionales para
centrarse en las del otro o de los otros, anulándose a sí mismo como ser
humano. El codependiente no sabe ni designar, ni imponer, ni hacer respetar
límites en otras personas – ni en cuanto a su persona física, ni en cuanto a
sus emociones, ni en cuanto a los artículos de su propiedad – aun en el caso de
que la persona trasgresora le hiera deliberada y repetidamente. Tampoco sabe
emprender tareas por su cuenta, dependiendo activamente del acompañamiento de
otros miembros de su grupo (familiar o de amistades) y demostrando lo que
clínicamente vendría a llamarse como un “trastorno de ansiedad por separación” como
resultado de la mínima ausencia de sus seres amados (o más bien “apegados”).
El codependiente aprende así, desde niño, a
confundir el amor con el apego, y a no distinguir el verdadero amor de la
disfunción obsesiva y adictiva – de ahí el término “Personalidad Co-adictiva”.
El codependiente afirma su concepto disfuncional del amor con expresiones, tan
frecuentes en las canciones populares hispanas, como “no soy nada sin ti”, “sin
ti no puedo vivir”, “tu me completas”, etc., etc. El resultado es que el latino
se cría apegado a la aceptación del grupo, temiendo destacarse por terror al
rechazo, y aterrorizado de la soledad. Todo lo contrario de lo que se precisa
para ser un futuro líder.
La
realidad es que esa corrupción, esa decadencia, esa disfunción socio-cultural
de Iberoamérica, esa codependencia personal y familiar está presente y a la vez
es causa de la ausencia del arquetipo del “hombre”. El modelo del concepto de
la hombría en cualquier cultura o sociedad funcional se basa en el arquetipo
del guerrero o del héroe - aquel individuo
emancipado, responsable, sabio, confiado, altivo, disciplinado en sus
emociones, cauto en sus acciones, respetuoso tanto de su propia imagen como en
el trato de los demás, sensible pero a la vez independiente de chantajes
emocionales, y dedicado a una causa es el pilar de su familia, de su comunidad,
de su nación. Lejos, muy lejos, del héroe/guerrero es lo que se manifiesta en
la cultura hispana en general en una versión satírica de ese modelo en la forma
de una masculinidad inmadura, insegura, codependiente, violenta, soberbia, y
viciosa que conocemos regionalmente como el “macho ibérico”, el “machito”, el
“señorito”, o el “machista”.
El machismo es el resultado invariable de
la ausencia de un padre-hombre que forme al niño durante su desarrollo y que le
sirva de modelo; es el resultado del dominio del matriarcado en una cultura que
consiente al varón, le escuda de la disciplina, y le cría como un accesorio emocional
personal de la madre. En resumen: el machismo es un producto de una maternidad
disfuncional. Esta codependencia del hombre con respecto a su madre forma la
base de todas sus relaciones con el género opuesto, ocasionando un enfermizo
ciclo vicioso de vulnerabilidad y de resentimiento con respecto a las mujeres, a
las cuales culpa, al menos a un nivel inconsciente, de su emasculación,
frustración que con demasiada frecuencia le lleva a la violencia contra su
pareja femenina. El machista se desquita en las mujeres porque resiente haber sido
criado para ser un pelele emocional de las mismas.
La realidad iberoamericana es que esa
corrupción, esa decadencia, esa disfunción está en el concepto del ocio como
tiempo para recreación en vez de como una oportunidad para su propia formación;
y la realidad es que esa corrupción, esa decadencia, esa disfunción está en la
falta de responsabilidad personal en cuanto a un control sobre el impulso
emocional ocasionando lo que coloquialmente conocemos como “el arranque”, “el
berrinche”, “el pronto”, etc., pero no solamente en niños preadolescentes, sino
en “hombres” y “mujeres” – entre
comillas por su puesto – designados como tales por edad cronológica pero no por
sus muestras de madurez emocional.
La falta de valoración del intelecto dominante
en la cultura hispana, manifiesto en el desdén por la lectura, se resume así: es
más importante el sentimiento que el pensamiento, es decir, la
emoción prevalece por encima de la razón y por consiguiente nunca se
logra una autorrealización personal, familiar, comunal, social, o nacional más
allá de la explosión afectiva del momento y del turno. Se comportan como niños
malcriados pero quieren ser respetados, por sus propios políticos y por la
perspectiva internacional, como adultos racionales. No va a pasar: el mundo no
es una madre consentidora.
En resumen: estamos tratando en
Iberoamérica con una población ignorante, emocionalmente inmadura, codependiente,
volátil, resentida de su historia, e irresponsable, con una correspondiente
alta religiosidad, y con un retraso intelectual-cultural de aproximadamente
cuatro siglos con respecto al europeo.
Si fuera el caso de que a nivel general, los pueblos de Iberoamérica se
dieran cuenta de que sus deplorables situaciones sociopolíticas y económicas
están en directa proporción y en alta correlación con su retraso cultural
aceptarían, de hecho, anhelarían, todo empeño proveniente de cualquier origen
que se esforzara para remediar su situación.
Lejos de ser este el caso, las soberbias
actitudes dominantes en la cultura latinoamericana en absoluto corresponden a
lo que racionalmente se esperaría de alguien en su situación – pero sí
corresponden a la irracionalidad correspondiente a la falta de nivel educativo
general. Es decir, mientras que hay, generalmente hablando, un reconocimiento
de la existencia de un problema, las causas del mismo se externalizan por
completo de tal forma que convenientemente consiguen evitar cualquier
responsabilidad personal sobre el presente o el futuro de sus sociedades. Aquí
vemos que los culpables son los españoles por la colonización, las corporaciones extranjeras por la explotación, los EE.UU. por
su política de intervención, los políticos nacionales por sus elevados
niveles de corrupción, los
demás ciudadanos de sus respectivos países por su falta de comprensión, la Iglesia Católica por la imposición de su religión, etc., etc. Sin lugar a
dudas, si en Iberoamérica falta desarrollo intelectual desde luego no falta
inteligencia a la hora de buscar excusas que eviten cualquier compromiso propio
con lo único que cuenta: una solución.
La solución jamás se logrará mientras que
el problema se considere siempre externo y ajeno al individuo, a la familia, y
a la cultura misma, y por lo tanto fuera de su control y lejano a su
responsabilidad. Es una actitud, no obstante, propia de una cultura embutida en
una cosmovisión mágico-ilusoria donde el poder se externa a fuerzas ajenas (los
extranjeros, los espíritus, los santos, el karma, los políticos, etc.) y nunca
a uno mismo. Sin antes tomar una postura de responsabilidad personal y social
por su presente jamás se va a lograr la anhelada condición de dignidad que
surge exclusivamente de la potestad y de la autoridad sobre su futuro.
El iberoamericano, al igual que el
afroamericano, el indio americano, y todas las demás poblaciones del planeta
con una destacada ascendencia de origen indígena, forman un gran pueblo
conquistado, no solamente por naciones, industrias transnacionales, o políticos
corruptos, sino por:
1)Su propia cosmovisión
mágico-ilusoria-religiosa que les esclaviza mediante la ignorancia (tanto por su
falta de conocimiento filosófico-científico como por su rechazo al aprendizaje
del mismo) y
2)Por el efecto de sus esquemas de ser y
estar en el mundo que simplemente no son adaptivos a la realidad imperante en
el siglo XXI.
Simplemente, sus culturas son
disfuncionales, tanto por diseño (precisamente ese es el propósito de la
colonización), como por empeño (al no querer reconocer que ellos mismos
mediante sus patrones de conducta, de pensamiento y de emoción, siguen insistiendo
en tratar de reafirmar la validez de esos mismos patrones auto-derrotistas). Se
quejan de ser el producto de una colonización y de una explotación, etc., pero
ninguno quiere reconocer que personalmente él o ella misma representa en su
mismo ser – en su forma de pensar, en su forma de comportamiento, en su forma
de sentir – el carácter de esa colonización.
Más claro: son ciegos que deniegan su estado de ceguera y que
resienten a cualquiera que se lo señale.
Lo primero que hay que hacer es reconocer
que, en términos poéticos, Iberoamérica es ciertamente, como describió el poeta
presente, un “Pueblo de Nadie”:
Segundo, hay que tomar responsabilidad
total por el presente:
De nada sirve seguir conmiserando por las injusticias del pasado. Aquí es donde
hago referencia a una actitud muy representativa de la mentalidad colonizada
dominante en Iberoamérica: “No puedes
esperar que un trabajador, después de una dura jornada laboral de 12 horas, se
ponga a leer un libro para elevar, por su cuenta, su nivel de educación.”
Esta es una actitud de autocompasión que solamente sirve para reforzar la
autoimagen de una víctima indefensa e impotente para cambiar su propia
condición y por lo tanto en espera de que alguien de afuera venga para hacerlo
por él sin exigir su cooperación y compromiso a cambio. No va a suceder.
Tampoco es de extrañar
esa actitud de mártir. Junto con la altísima religiosidad domina el ideal de la
víctima sacrificada. Con el modelo que ofrece Jesús pasamos del dios guerrero
de la antigüedad al dios sacrificado que no levanta un miserable dedo en su
defensa y que profesa que los “últimos
serán los primeros”, promoviendo así una ideología del martirio apático –
perfecto para inculcar una mentalidad propia del colonizado en vez del esfuerzo
proactivo del que busca ser responsable por su propia liberación: al fin y al
cabo lo que cuenta en la mentalidad religiosa es la meta de un paraíso extraterrenal.
Si propusiese la siguiente pregunta en el
foro público de una red social: “Si su
hijo estuviera ahogándose en el océano, ¿seguiría perdiendo su tiempo con las
mismas inanidades que refleja en su muro de Facebook, o se lanzaría a
rescatarlo con toda urgencia? Si su hija
estuviera atrapada en una casa ardiente,
¿continuaría con el mismo relajo con el que malgasta el mayor recurso a su
disposición para su superación personal – su tiempo libre – o se entregaría,
sin reservas ni demoras a su rescate?”, el iberoamericano general
respondería con un estado de perplejidad total – pero lejos de invitar a una
reflexión interior, y mucho menos a un cambio de actitud, continuaría en su
actual estado de parálisis.
La realidad, es que el presente de nuestros hijos está
siendo arrasado por la apocalíptica
llamarada de la ignorancia de nuestro pasado, y el futuro se está
ahogando bajo el tsunami de la apatía de nuestro presente. El futuro se distinguirá
del pasado y del presente en la misma medida que el pueblo aprovecha su tiempo
libre para mejorarse a sí mismo. El destino, como la espada bajo el martillo
diestro del herrero, pertenece a aquel que se compromete, con visión,
inteligencia y esfuerzo, a forjarlo. Pero aquí no hay herreros, ni hay
martillos, ni mucho menos visión, inteligencia o espadas forjadas por las
mismas. De hecho, en la cultura iberoamericana sobra lo que se reconoce
psicológicamente como la “indefensión aprendida”:
La
indefensión aprendida es un tecnicismo que se refiere a la condición de un ser
humano o animal que ha aprendido a comportarse pasivamente, sin poder hacer
nada y que no responde a pesar de que existen oportunidades para ayudarse a sí
mismo, evitando las circunstancias desagradables o mediante la obtención de
recompensas positivas. La teoría de indefensión aprendida se relaciona con la depresión
clínica y otras enfermedades mentales resultantes de la percepción de ausencia
de control sobre el resultado de una situación. A aquellos organismos que han
sido ineficaces o menos sensibles para determinar las consecuencias de su
comportamiento se dicen que han adquirido indefensión aprendida.[4]
La cultura iberoamericana sin lugar a dudas es la cultura de la
indefensión aprendida.
Irónicamente, trágicamente, patéticamente,
esta posición de no exigir al pueblo ignorante responsabilidad por su propia
formación es una posición claramente auto-derrotista a la vez que
auto-saboteadora, y que sirve precisamente para fomentar los intereses de las
empresas multinacionales, de la Iglesia, y de los políticos corruptos. Vemos el
ciclo vicioso de la colonización y de su insidiosa implantación como la fuerza
automotriz de los valores y principios culturales.
Pero también vemos donde podemos apoderarnos
de las riendas del control sobre nuestro propio destino mediante una
intervención, a nivel popular e independiente de las fuerzas que perpetúan
nuestro estado de sumisión y explotación. Es decir, no habrá cambio mientras
que el iberoamericano no acepte la naturaleza corrupta de su cultura que le
encierra en un ciclo vicioso de sometimiento socioeconómico mediante
disfunciones psicológicas propias de un perfil de negativista desafiante, de codependiente,
de indefensión aprendida, con discapacidades cognitivas resultantes de sistemas
educativos deficientes, y una preferencia a ocupar su ocio con la fiesta, la
bebida, y la comida, en vez de con el estudio, la formación personal o la
lectura. No es de sorprender, por
ejemplo, que a nivel internacional México tenga la dudosa distinción de
disputarse la primera posición en obesidad infantil y adulta.
La religiosidad es esencial en aseverar
este ciclo vicioso de sumisión y explotación. Encierra tanto al individuo como
a la cultura misma en una burbuja de ignorancia deliberada a la vez que lo
incapacita intelectualmente para reconocer la existencia y los efectos de la
burbuja misma. De ahí
que no exista, comparativamente hablando, en las culturas de alta religiosidad,
una curiosidad intelectual, un empeño de autorrealización formativo, un hábito
de la lectura, un sentido del uso del ocio como recurso primordial a la
superación personal, familiar, social o cultural. Se establece, y se garantiza
de forma perpetua, un culto al obscurantismo y una codependencia de la más
ubicua, de la más insidiosa, y de la más nefasta posible: la codependencia con
la figura de ‘Dios’.
En cuanto a la conveniente postura de
indefensión aprendida, goza de presentarse como una excusa ante la apatía que
no tiene justificación cuando una persona o un pueblo se comprometen a su
emancipación. Veamos el ejemplo de FrederickDouglass, un esclavo afroamericano que, viviendo en condiciones que hacen
parecer a la Iberoamérica de hoy un paraíso liberal, logra no solamente superar
su condición de analfabetismo impuesto por ley, sino llegar a ser uno de los
pensadores más destacados de la cultura americana – blanca o negra – del siglo
XIX:
Frederick
Douglass nació en una cabaña de esclavos, en febrero de 1818, cerca de la
localidad de Easton, en la costa oriental de Maryland. Separado de su madre
cuando sólo tenía unas pocas semanas de nacido fue criado por sus abuelos. A la
edad de seis años, su abuela lo llevó a la hacienda de su amo y lo dejó allí.
Al no ser contado por ella que lo iba a dejar, nunca Douglass se recuperó de la
traición del abandono. Cuando tenía unos ocho años, fue enviado a Baltimore
para vivir como un criado de Hugh y Sofía Auld, los parientes de su amo. Fue
poco después de su llegada que su nueva dueña le enseñó el alfabeto. Cuando el
esposo de ésta le prohibió continuar con su enseñanza, porque no era lícito
enseñar esclavos a leer, Frederick se encargó por sí mismo de aprender.
Convirtió a los niños blancos del barrio en sus maestros, al regalar su comida
a cambio de lecciones de lectura y escritura. A la edad de doce o trece años
Douglass compró una copia de “The Columbian Orator”, un libro de texto popular
de la época, lo que le ayudó a lograr un entendimiento y apreciación del poder
de la palabra hablada y de la palabra escrita, ya que descubrió que eran dos de
los medios más eficaces para lograr un cambio permanente y positivo.
Volviendo
a la costa este de los EE.UU., aproximadamente a la edad de quince años,
Douglass se convirtió en un peón de campo, experimentando la mayoría de las
horribles condiciones que plagaron esclavos durante los 270 años de esclavitud
legalizada en los Estados Unidos. Pero fue durante este tiempo que tuvo un
encuentro con el esclavo buscapleitos Edward Covey. Su pelea terminó en empate,
pero la victoria fue de Douglass, ya que su desafío al bully restauró su
sentido de auto-estima. Después de un intento de fuga abortado cuando tenía
unos dieciocho años de edad, fue enviado de vuelta a Baltimore para vivir con
la familia Auld; y a principios de septiembre de 1838, a la edad de veinte
años, Douglass logró escapar de la esclavitud mediante la suplantación de un
marinero.
Primero
fue a New Bedford, Massachusetts, donde él y su nueva esposa, Anna Murray
comenzaron a formar una familia. Siempre que podía asistió a reuniones
abolicionistas, y, en octubre de 1841, después de asistir a una convención
contra la esclavitud en la isla de Nantucket, Douglass se convirtió en profesor
en el Massachusetts Anti-Slavery Society (Sociedad Anti-Esclavista) y en un
colega de William Lloyd Garrison. Este trabajo lo llevó a hablar en público y a
comunicarse por escrito. Él publicó su propio periódico, “La Estrella del Norte”,
participó en la convención de los derechos de las primeras mujeres en Seneca
Falls, en 1848, y escribió tres autobiografías. Fue reconocido
internacionalmente como un abolicionista dedicado, trabajador incansable por la
justicia y la igualdad de oportunidades, y un defensor infatigable de los
derechos de las mujeres. Se convirtió en un asesor de confianza de Abraham
Lincoln, Mariscal Federal para el Distrito de Columbia, Registrador de
Contratos de Washington, DC, y el Ministro General de los Estados Unidos en la
República de Haití. Frederick Douglass murió a última hora de la tarde o por la
noche, el martes 20 de febrero de 1895, en su casa de Anacostia, Washington,
DC. "[5]
Frederick Douglass, conocido también como “el León de Anacostia”, nacería esclavo
pero tomó las riendas del control de su propio destino mediante la liberación
de su mente ocasionada por el amor a la superación personal y fomentada por la
adquisición del conocimiento solamente alcanzable mediante su hábito
irreprimible de la lectura. Su apetito por el aprendizaje, por el enriquecimiento
de su mente, le llevó literalmente a someter a su cuerpo físico a pasar hambre a
cambio de clases de lectura. Si un esclavo logró superar su condición de cautiverio
y alzarse como hombre libre e intelectualmente destacado en un país repleto de
odio y de resentimientos racistas, entonces yo proclamo que en Iberoamérica sí se puede – pero no sin antes
reconocer, aceptar y poner en marcha “lo que hay que hacer”.
El iberoamericano no quiere ni tomar
responsabilidad por reconocer los medios a su disposición para superar su
condición – el tiempo y los recursos malgastados en su recreación regular – ni
tampoco quiere comprometerse en emprender el esfuerzo necesario para aplicar
con eficacia esos recursos. En nada se asemeja a Fredrick Douglass. Se queja de
que sus propios políticos muestran un desprecio total hacia el pueblo del cual
se enriquecen con su corrupción, pero se niega a tomar responsabilidad por ganarseactivamente
el desprecio de sus políticos con sus patrones y actitudes disfuncionales,
soberbios, irresponsables, y apáticos. Como dijo Malcolm X, “nadie te da la
libertad, si eres un hombre la tomas.” Esa “libertad” no es sino la liberación
de la mentalidad colonizada. Sin lugar a dudas el político iberoamericano, con
frecuencia educado en los EE.UU., es familiar con el ejemplo famoso de Fredrick
Douglass, y no podrá, consciente o inconscientemente, sino efectuar una
comparación entre éste y los habitantes de su propio país, comparación nada
favorable para el pueblo que representa. Basta de excusas; y no me vengan con
absurdidades patéticas de que es mucho exigir al trabajador mexicano que
aplique su tiempo libre después de una “larga” o “ardua” jornada laboral. Si un
ser humano se niega a aplicar su tiempo libre para el cultivo de su intelecto con
el propósito de mejorar su propia condición, en efecto está negando lo único
que le distingue de una mula, de un burro, o de un buey, o sea, se reduce a sí
mismo a la categoría de bestia de carga. No debe extrañarse de que le traten
como tal.
El término clínico “negativista desafiante”
lo he aplicado de forma regular, esperando (como idealista iluso que a veces
resulto) que el lector hiciera caso del accesible Google para salir de su ignorancia
y lograr una comprensión del término – grave error por mi parte. La condición
de “negativista desafiante” se refiere a un trastorno conductual que como todos
los trastornos conductuales se refleja en, y afecta a, no solamente la conducta
en sí, sino que sobre todo distorsiona cómo el afectado percibe la conducta
misma y, lo peor de todo, cómo recibe cualquier intento de corrección o de
intervención correspondiente. (Da la “casualidad” de que el tratamiento de
individuos diagnosticados con este trastorno, junto con aquellos diagnosticados
con su versión más acentuada, la del “trastorno disocial”, era mi especialidad
trabajando como psicólogo en una institución correccional adolescente femenina
en los EE.UU.) En breve el negativismo se resume como el “trastorno del
comportamiento caracterizado por oposición, resistencia, y rechazo a cooperar
incluso con las peticiones más razonables y una tendencia a actuar de una forma
contraria”[6] o en
más detalle como “una categoría nosológica incluida en el Manual Diagnóstico y
Estadístico (DSM-IV) de la American Psychiatric Association, donde es descrita
como un patrón continuo de comportamiento desobediente, hostil y desafiante
hacia las figuras de autoridad, el cual va más allá de la conducta infantil
normal.”[7]
Cualquiera que haya vivido íntimamente y
extensamente con numerosas manifestaciones de la cultura hispana (peninsular o
iberoamericana) como lo he hecho yo podrá dar testimonio de que el hispano es
dado, por cultura, a rechazar cualquier imposición disciplinaria y por ende
formativa a su conducta, y a discutir, de tú a tú, desde la soberbia de su
falta de formación, y de forma irreverente sino grosera, con cualquier experto en su propia materia:
discutirá con un profesor universitario sobre cuestiones de cultura sin haber
tenido una formación alguna en esa materia; contenderá con un experto en
religiones del mundo en cuanto a la religión – sin haber siquiera leído su
propia biblia; rechazará la
interpretación histórica de un evento sin conocer la historia misma y sin
molestarse siquiera en instruirse al respecto, etc., etc., etc. Y todo en pos
de reafirmar lo que entiende, desde su limitada perspectiva, ser una ideología
de igualdad social. Es decir, no se molesta en cultivar su entendimiento para
elevarlo al nivel del experto, pero reduce el prestigio y el valor del experto
a su bajo nivel de mediocre comprensión. Claro que la religiosidad que afirma
que todos somos “iguales ante los ojos de
Dios” juega un papel prepotente, e inconsciente, en esa actitud irreverente
y soberbia del negativista desafiante.
Pero la definición clínica del “negativista
desafiante” es mucho más precisa y nos ayuda a comprender la esencia de un
patrón auto-derrotista en la psicología trastornada y disfuncional del
hispano:
Para
cumplir los criterios del DSM-IV-TR, deben tomarse en cuenta ciertos factores. Primero, el [patrón de] desafío
debe ser lo suficientemente severo como para interferir con su habilidad para
funcionar en la escuela, hogar o la comunidad. Segundo, el desafío no ha de provenir de algún otro
trastorno, tal como la depresión, ansiedad o un trastorno de conducta de mayor
severidad (de tal manera que entonces no sería un trastorno en sí sino parte
del otro trastorno). Tercero,
las conductas problema de la niña o niño han estado sucediendo por lo menos
durante seis meses.[8] [Énfasis mio.]
Aquí se requiere hacer
un comentario en términos de los factores mitigantes o delimitantes del
criterio diagnóstico. Primero que la disfunción de
las familias, de las comunidades, de las sociedades, y de las naciones o países
iberoamericanas es cuestión de evidencia empírica: no cabe duda. Segundo,
que en términos del origen, tampoco cabe duda que el iberoamericano padece de
un estado de depresión psicosocial-cultural – nadie sale de una
colonización/explotación de quinientos años ileso. Pero cuando yo empleo el término
“negativista desafiante” no lo uso tanto en términos de un diagnóstico clínico
sino como una descripción característica de las conductas propias de esta
cultura. En la cultura iberoamericana la condición patológica del negativismo
desafiante se ha convertido en una norma cultural. Tercero, las características
propias del negativismo desafiante ya representan patrones arraigados en la
cultura desde hace siglos.
Por ejemplo, me queda claro
psicológicamente, que el latino discute con el experto y rechaza de antemano
todo conocimiento que le lleve, implícitamente o explícitamente, a una
responsabilidad por su condición actual porque se siente, como resultado de su
indefensión aprendida y de su codependencia con su familia y con Dios, como
impotente para realizar tal cambio. Su rechazo, su hostilidad, su agresividad,
no es sino un mecanismo de defensa para evitar reconocer (de nuevo) su
percibido estado de impotencia, su imaginada falta de control sobre su propio
destino.
Continuemos con un análisis más detallado
de la patología del negativista desafiante tan arraigado en la cultura hispana:
Criterios diagnósticos
Un
patrón de conducta negativista, hostil y desafiante que ha durado al menos seis
meses, durante los cuales cuatro o más de los siguientes están presentes:
Nota:
Considérese cumplido un criterio sólo si el comportamiento ocurre más
frecuentemente de lo que es típico para individuos de una edad y nivel de
desarrollo comparables.
1.Pierde
los estribos con frecuencia
2.Discute
frecuentemente con adultos [o con individuos que debiera reconocer como sus
superiores]
3.Desafía
activamente o con frecuencia rehúsa acatar las peticiones o reglas de los adultos
[o de otras figuras de autoridad]
4.A
menudo deliberadamente irrita a los demás
5.A
menudo culpa a otros de sus errores o mala conducta
6.Con
frecuencia aparece enojado y resentido
7.Con
frecuencia se muestra rencoroso o vengativo
8.La
alteración en la conducta causa un impedimento clínicamente significativo en su
funcionamiento social, académico u ocupacional.
9.Las
conductas no ocurren exclusivamente durante el curso de un trastorno psicótico
o del estado de ánimo.
10.No
se cumplen los criterios para trastorno disocial y, si el individuo tiene 18
años o más, los criterios no se cumplen para el trastorno de personalidad
antisocial.
Si
el niño o niña cumple al menos cuatro de los anteriores criterios, y estos
interfieren con su vida normal, entonces técnicamente cumple con la definición.[9]
No se puede ser conocedor de la cultura
latina en general y de la iberoamericana en particular sin reconocer
ampliamente la manifestación extensamente difundida de estos patrones
conductuales disfuncionales. Aplico el termino de “negativista desafiante” en
vez del (quizás más aplicable) de “trastorno disocial”, porque culturalmente
hablando con el hispano estamos tratando con una mentalidad adolescente, pueril
y no con un cultura de adultos emocionalmente maduros e intelectualmente
racionales. Vemos que psicológicamente hablando el hispano está tan inmerso en
un mar de trastornos psicológicos – de disfunción familiar, de codependencia, de indefensión
aprendida, de negativismo desafiante, etc. – que al igual que un pez ni
siquiera se da cuenta de que está mojado.
El latino no solamente exige que un
político le libere de si mismo, sino que reúsa comprender los factores más
determinantes de su futuro:
1)Dado
su actual estado de subdesarrollo descrito anteriormente, su única aportación
como recurso de intercambio en el altamente competitivo mercado internacional
es como mano de obra explotable.
2)Dado
su rechazo hacia cualquier influencia disciplinaria, analítica, y formativa, no
se presta sino a continuar en su condición de recurso de explotación.
3)Dado
su predisposición al malgasto de su tiempo libre, o sea su propia apatía y su
propio hedonismo, jamás logrará trascender su condición como recurso de explotación.
4)Dado
su nivel de subdesarrollo intelectual, no puede confiar en sus propios recursos
analíticos ni en su propia perspectiva para tener una visión lo suficientemente
objetiva y libre de distorsión con respecto a su propia realidad o a la
realidad internacional en la cual se encuentra inmerso. Sin estas perspectivas
objetivas no puede esperar lograr un cambio positivo por cuenta propia: con
frecuencia la pseudo-intelectualidad carente del iberoamericano termina siendo como
el ciego guiando al ciego o como el principiante que acaba de aprender las
reglas del ajedrez y desea prevalecer en un torneo de grandes maestros.
5)Ninguna
de las fuerzas que en el presente se benefician de su explotación – el Estado,
la Iglesia, y las Empresas Transnacionales – van a hacer esfuerzo alguno para
cambiar la situación de ‘explotabilidad’ del iberoamericano: hacerlo estaría en
contra de sus propios intereses.
El único mecanismo eficaz para romper el
ciclo vicioso, maquiavélicamente implantado por las fuerzas colonizadoras de la
cultura (la corona española y su compañera de genocidio la Iglesia católica), y
expertamente explotado por los emergentes estados criollos y por las
transnacionales extranjeras, está en fomentar un movimiento formativo – mental,
conductual, y emocional – a nivel popular: precisamente exigir al trabajador – al igual
que se exigió a sí mismo el ex-esclavo y autodidacta Fredrick Douglass – que
después de su jornada laboral de 12 horas, seis días a la semana, ocupe su tiempo
libre primordialmente en su formación y no en su recreación.
Sin una formación integral, vastamente
superior a la disponible mediante los sistemas educativos vigentes en
Iberoamérica, el proceso democrático no deja de ser una máscara endeble para
ocultar un proceso político totalitario y comprometido a la explotación de las
masas y de los recursos naturales de los países iberoamericanos: la democracia
es para adultos emocionalmente maduros e intelectualmente formados, nunca podrá
funcionar al beneficio del pueblo en una cultura disfuncional, dominada por
creencias obscurantistas, y esclavizada por una cosmovisión mágico-ilusoria.
En un país democrático el pueblo tiene el
gobierno que se merece y la economía que se gana. Cuando el pueblo carece de
una visión del mundo y de su lugar en él, cuando es apático, soberbio, e ignorante,
cuando es incoherente, impulsivo, e indisciplinado, cuando es como un niño que solo
se distrae con cualquier trivialidad, entonces es un pueblo fácil de manejar, fácil
de engañar, y fácil de explotar. Casi todos los países de Iberoamérica son países
democráticos donde la corrupción propia de sus regímenes gubernamentales
refleja el estado de corrupción de sus respectivas culturas. De tal palo
cultural tal astilla política.
Un pueblo es como un ejército. La victoria
militar de un ejército depende no solamente de la visión estratégica del alto
mando, sino que de la preparación física, educacional, psicológica, y disciplinaria
de sus soldados. De igual manera para la victoria social, un pueblo no
solamente depende de la visión socioeconómica de sus dirigentes, sino que de la
formación educacional y moral de sus ciudadanos, de la calidad, madurez, e
inteligencia de los principios y valores de su cultura. El fracaso del mundo
hispano está garantizado desde la cuna. La deformación, disfunción y corrupción
de la cultura hispana es el resultado directo del desorden, de la indisciplina,
de la desobediencia, de la falta de liderazgo, de la ausencia de visión, y de
la falta de formación física, emocional y educacional que tipifica el caos característico
de la familia latina. Si no hay orden en la familia no puede haber orden en la
sociedad.
Tercero, hay que poner en movimiento un
plan de acción: Lo que se requiere, definitivamente, es una formación precisa,
integral, y completa para asistir y dirigir al individuo dispuesto al
compromiso de las riendas del destino de su propia condición y de las de su
familia, de su comunidad, y de su nación. Hay que poner en marcha un programa
de formación
integral – educacional y personal – que remedie el grado de disfunción
severo y múltiple, de la mentalidad colonizada, y del retraso cultural
cuatricentenario de Iberoamérica que le rinde inadaptada y nada competitiva con
respecto a la cosmovisión filosófica-científica operantes en las sociedades
primermundistas.
Hace un par de meses fui invitado como
padrino de un alumno mio para dar un discurso en su graduación de la
Preparatoria[10]. Este alumno, es
necesario informar, se graduó con Matrícula de Honor, es decir, con la
distinción de las calificaciones más altas de su grado. Incluyo el texto completo
de ese discurso a modo de afirmación que dicho programa de formación – “Lo que hay que hacer” – ya existe, y ya
está en funcionamiento:
Buenas
tardes me llamo Jaime Alejandro Overton-Guerra, soy el director y el
maestro-fundador del Instituto KAIZEN Center de MAMBA Ryu y estoy aquí en
calidad de padrino de mi alumno, Fausto Mármol Márquez. Para que entiendan un
poco mejor la naturaleza de mi relación con Fausto y lo que implica que sea uno
de nuestros alumnos distinguidos e instructores es preciso que comprendan la
naturaleza de nuestro instituto. El Instituto KAIZEN Center de MAMBA Ryu es una
institución que se fundó hace unos años aquí, en Playas de Tijuana, con el
propósito de formar miembros destacados de una nueva generación de individuos
dedicados a la excelencia personal y social.
Nuestras
enseñanzas se basan en un paradigma integral de autorrealización total: física,
intelectual, emocional y espiritual. La programación del Instituto incluye las
artes marciales, el pensamiento estratégico, la psicología cognitiva y social;
la política y la economía internacional; y la historia de la cultura universal.
En su esencia, el Instituto KAIZEN Center de MAMBA Ryu responde a un estado de
decadencia en nuestra cultura latina, prevaleciente desde los Pirineos hasta el
Estrecho de Gibraltar, y desde Tijuana hasta Tierra de Fuego. Nuestro objetivo
es la formación de individuos dedicados a la excelencia en todos los ámbitos de
sus vidas, para que ellos, con su vivo ejemplo, industria y liderazgo, sirvan
para contrarrestar este estado de decaimiento cultural. Precisamente individuos
como Fausto Mármol.
La
idea de establecer este instituto de formación integral aquí, en el lado latino
de la frontera con los Estados Unidos, surgió como resultado de un proyecto que
se me encomendó trabajando como psicólogo en un correccional de niñas
adolescentes en San Diego. Ahí mis pacientes eran niñas antisociales, negativistas
desafiantes, pandilleras, prostitutas, alcohólicas, y drogadictas, y en su gran
mayoría eran de origen hispano.
El
proyecto consistía en investigar los orígenes del problema creciente del
pandillerismo en los EE.UU. y diseñar un programa social que lidiara con este
cáncer que se considera el enemigo número uno, muy por encima de cualquiera
amenaza terrorista, que promete destruir la sociedad americana desde adentro. Y
los latinos suponen una parte significativa de ese cáncer: aun constituyendo
solamente un 16.5% de la población total de los EE.UU. más del 40% de los
pandilleros juveniles son latinos.
Los
problemas prevalentes en la cultura hispana no eran una novedad para mí. Soy
descendiente de españoles y he viajado o vivido en países latinos y convivido
con gente latina toda mi vida: Puerto Rico, España, Cuba, Brasil, y México. De
adolescente tuve experiencia directa con la criminalidad juvenil, con sus
causas y con sus consecuencias. Una parte de mi formación académica de hecho se
centra en el estudio de la cultura latina. Mi primera licenciatura de la
universidad de Queen’s en el Canadá (Estudios Españoles e Iberoamericanos) se
dedicó al estudio de la política, la cultura, la historia, la economía, y la
literatura de los países de habla hispana; y mi primera maestría fue en
literatura latinoamericana.
Durante
mi etapa de formación universitaria en el Canadá trabajé varios años para el
sistema penal y criminal canadiense como intérprete inglés-español y
español-inglés. Ahí tuve ocasión de sobra para presenciar, directamente, el
creciente estado de decadencia del pueblo hispano, trabajando casi
exclusivamente en el ámbito del narcotráfico internacional. Llegué a conocer
los detalles de docenas, sino centenares de casos criminales, y con ellos las
circunstancias de las vidas de colombianos, venezolanos, peruanos, mexicanos,
cubanos, argentinos, chilenos, panameños, nicaragüenses, bolivianos, etc.
Usando mis entrevistas como trabajo de campo, escribí una tesina sobre “El
impacto socioeconómico del narcotráfico de cocaína en la población de
Medellín”.
Trabajando
con aquellas niñas del correccional y con sus familias no tardé en darme cuenta
de que su patología prevalente no era tanto la criminalidad de su conducta,
sino algo mucho más profundo, mucho más insidioso: una falta de formación de
naturaleza cultural, es decir, sus problemas no surgían tanto por su estatus
socioeconómico sino por los mismos valores culturales. ¿Cuáles son esos valores
culturales tan problemáticos y disfuncionales que llevan a tantos latinos, una
vez que cruzan la frontera con los EE.UU. a la criminalidad juvenil? Simple, y
seamos sinceros: La cultura latina idealiza el ocio y menosprecia la industria;
idolatra el entretenimiento y la diversión y rechaza la formación intelectual;
glorifica el sabor de la comida por encima de la satisfacción de la condición
física; ensalza el placer y la indisciplina por encima de la responsabilidad y
la formación. Como característica cultural la familia latina es excesivamente
consentidora con los hijos. En la familia latina domina la permisividad y el
consentimiento por encima de la exigencia y del orden. Carecemos, en pocas
palabras, de las bases culturales para la excelencia.
¿Dónde
está mi evidencia? La permisividad de los padres se demuestra por ejemplo en el
índice de obesidad infantil, donde México se disputa el primer lugar del mundo.
La falta de disciplina personal a favor del auto-consentimiento sensual se ve
en el índice de obesidad adulta, donde México de nuevo se disputa el primer
puesto en el mundo. La falta de valoración por la educación se demuestra en que
México continua siendo el país con el sistema educacional de más bajo nivel
según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico
(OCDE). La falta de valoración por la
educación se demuestra también en la falta de exigencia por parte de los
padres. Si consistentemente permites que los niños vean la televisión, youtube,
o jueguen juegos de video en vez de obligarles a que lean libros, acabarás
siendo un país donde candidatos a la presidencia no puedan nombrar ni tres
libros que hayan leído a lo largo de sus vidas ni, claro está, nombrar sus
respectivos autores.
Las
consecuencias de esta permisividad parental son evidentes. Los grandes
escritores latinoamericanos que asombraron el mundo por la sabiduría de su
prosa y por la belleza de su verso ya son cosa del pasado. Hoy en día, en lugar
de destacarnos internacionalmente como una cultura que genere grandes
pensadores, grandes filósofos, o grandes científicos ganadores de premios
Nobel, se nos conoce mundialmente como una civilización donde impera la
mediocridad, reina la inseguridad, gobierna la impunidad, domina la corrupción,
y donde los individuos más renombrados son los narcotraficantes. Nacionalmente
los jóvenes de hoy en día saben mucho más sobre las operaciones del Chapo
Guzmán y de los narcocorridos que sobre las obras de Carlos Fuentes o de
Octavio Paz.
Los
programas del Instituto KAIZEN Center de MAMBA Ryu se diseñaron precisamente
para contrarrestar esta tremenda problemática propia de la Hispanidad en
general. Pero un programa de formación se evalúa principalmente por la calidad
de sus alumnos. Y por eso estoy aquí hoy, para honrar a mi alumno Fausto Mármol
porque con su excelencia me honra a mí, honra al programa, y honra a todos sus
compañeros del Instituto KAIZEN Center, y sobre todo porque honra a su
comunidad y a su cultura. En sus manos, y en las de otros excelentes jóvenes
como él, está nuestro futuro como país y como pueblo.
Fausto
a ti te digo solamente dos palabras: SEMPER MAMBA.
Cuando comparamos al pueblo Hispano con
otro pueblo también sometido, despojado, alienado, explotado – esclavizado – es decir, con el pueblo
afroamericano podemos darnos cuenta de inmediato de lo que nos falta: nos
faltan héroes que con el sacrificio de su propia grandeza inspiren a nuestros
niños y niñas, a nuestros adolescentes, jóvenes y adultos en la misión
redentora hacia la superación personal. Los héroes, con su ejemplo, forjan un
camino de inspiración y de posibilidades para toda la población.
El pueblo afroamericano aunque en el
presente lejos de un estado ideal, fue antes esclavo, pero inspirado mediante
el ejemplo de individuos como Frederick Douglass, y de sus heroicos descendientes
en el compromiso de la excelencia personal e inspiración social – como Martin
Lutero King Jr. y Malcolm X – han pasado de ser mano de obra forzada en la
plantación a la posición de máximo poder político del mismo país donde antes
eran esclavos; han pasado de ser propiedad del hombre blanco a ser el
Presidente de la Casa Blanca; han pasado de ser cargamento y mercancía,
víctimas de la cadena, del látigo, y del linchamiento, a desempeñar el cargo de
comandante supremo de las fuerzas armadas del país más poderoso del mundo. El
iberoamericano, de tener vergüenza, lo que no tiene son excusas.
Pero nosotros el Pueblo Hispano, hemos
aportado al mundo la figura heroica por excelencia, la figura de Don Quijote de
la Mancha, que debería servirnos, a falta de heroicidad a nivel sociocultural,
como esa chispa de inspiración que puede provocar una llamarada de activación
en nuestras aulas, familias, y comunidades. El modelo del hombre ideal es por
antonomasia el héroe, y su sendero, como lo recuenta el poeta presente, con
frecuencia es un camino solitario, pero redentor:
El Sendero del
Héroe – RELOADED 7 de octubre, 2012[11]
Solo…
Perdido en su
pensamiento
No tiene sino
aliento para proseguir.
Se pregunta, ¿fue
el destino?
¿El azar?
¿Su obstinación o
su sino?
Imposible
distinguir.
Ante la justa
indignación
Y la consagración a
su sendero
Siniestro ave de
mal agüero
No para de aducir.
La suerte está
echada
Secuela de
decisiones
De opciones
limitadas
De amputadas
expectativas
De justas
indignaciones
Del espíritu
indomable
Del héroe
inexorable
De la injusta
penitencia
De la inicua
sentencia
De una inagotable
reverencia
Por la redención
alcanzable.
Incomprendido…
Su soledad no le
pesa:
Es condición de
esencia
Los caminos a ese presente
Más allá de la
vida, discurren
Fluyen desde siglos
de existencia
De justicias
denegadas
De atestadas
humillaciones
De impuestas
vejaciones
De tribulaciones
inacabables.
Y ante la
invariable abominación
De una realidad que
declara inaceptable
Dispone como mantra
si no proclamación:
“Si no yo,
¿entonces quién?”, y proseguido,
Lo que sin duda o
desdén corresponde:
“Si no ahora,
¿cuándo?”, y
“Si no aquí,
¿dónde?”
Finalmente, y para concluir, afirmo que toda la programación del
Instituto KAIZEN Center de MAMBA Ryu está imbuida por una doble inspiración
hacia la superación personal junto con una conciencia social, inspiración que
se capta en las palabras de nuestro “Manifiesto de la Sociedad del Dragón de
MAMBA Ryu”:
Es
durante las grandes crisis cuando los hombres demuestran su verdadero metal.
Muchos,
demasiados, ante las primeras amenazas de tormenta se desentienden del mundo y
se escabullen como viles alimañas a la oscuridad de sus madrigueras y
escondrijos.
Otros,
los legionarios del cambio, esperan atentos al llamado de generales y profetas
que los guíen e inspiren en la misión redentora.
Y
aún otros, enfrentados con la tempestad que amenaza nuestra destrucción,
impulsados por el fuego de una gran pasión por la rectitud y el amor al
prójimo, extienden sus alas contra el vendaval y se comprometen, hasta con su
último aliento, a nuestra protección.
Éstos
han sido, y siempre serán, los dragones guardianes de nuestra sociedad.